domingo, 20 de noviembre de 2016

Crsitología - El principio Divino


CAPITULO VII

Cristología

Los hombres caídos que están en camino hacia la meta de la salvación aún tienen que resolver muchas preguntas. Las más importantes de todas son aquellas referentes a la relación entre Jesús y el Espíritu Santo centrados en Dios, la relación entre Jesús, el Espíritu Santo y el hombre caído, el renacimiento, la Trinidad y todas las demás que entran dentro del campo de la Cristología. Hasta ahora nadie ha contestado completamente estas preguntas. A causa de ello, hay mucha confusión en la vida de fe y en las doctrinas del Cristianismo. Para resolver estas cuestiones primero debemos comprender el valor del hombre original recibido en su creación. Estudiemos esta cuestión antes de ver las demás.

SECCION I

El Valor del Hombre que ha Cumplido el Propósito de la Creación

Estudiemos el valor del hombre que ha cumplido el propósito de la creación; es decir, el valor de Adán perfecto.
Primero, estudiemos la relación entre Dios y el hombre perfecto según el punto de vista de «las características duales». Conforme al principio de la creación, el hombre fue creado con mente y cuerpo según el modelo de las características duales de Dios. La relación mutua que existe entre Dios y el hombre perfecto puede ser comparada a la relación entre la mente y el cuerpo del hombre.
De igual manera que el cuerpo fue creado como el objeto substancial de la mente invisible a la cual refleja, así también el hombre fue creado como el objeto substancial del Dios invisible, hecho según Su imagen. Así como no podemos separar a la mente y el cuerpo cuando forman una unidad en un hombre perfecto centrado en Dios, de igual forma nunca podremos romper la relación establecida por Dios y el hombre perfecto cuando forman un solo cuerpo a través del fundamento de cuatro posiciones, porque en este estado el hombre vive en perfecta unión con el corazón y los sentimientos de Dios. De esta manera, el hombre que cumple el propósito de la creación llega a ser el templo donde Dios habita constantemente (1 Co. 3:16), asumiendo así divinidad (ref. Parte I, Cap. I, Sec. III, 2). Como Jesús dijo, el hombre debe llegar a ser perfecto como nuestro Padre Celestial es perfecto (Mt.5:48). Por consiguiente, el hombre que ha cumplido el propósito de la creación asume el valor divino de Dios.
Segundo, consideremos el valor del hombre centrados en el propósito por el cual fue creado. El propósito de Dios al crear al hombre fue sentir felicidad a través de él. Cada individuo tiene características especiales que los demás no tienen.
Aunque el número de gente en la tierra es muy grande, no se pueden encontrar dos personas con individualidades idénticas. Por lo tanto, en toda la creación sólo hay un individuo que, al formar una base recíproca con las esencialidades duales particulares de Dios que están en la posición de sujeto para ese individuo, pueda devolver alegría estimulante a Dios como Su objeto substancial (ref. Parte I, Cap. I, Sec. III, 2). Cualquier hombre que haya cumplido el propósito de la creación es una existencia única en todo el universo. La afirmación de Buda, «Yo soy mi propio Señor en todo el cielo y la tierra», es razonable a la luz de este principio.
Tercero, estudiemos el valor del hombre desde el punto de vista de la relación entre el hombre y el resto de la creación. Al comprender la relación entre el hombre y el resto de la creación, de acuerdo con los principios de la creación, podremos apreciar mejor el valor del hombre perfecto. El hombre fue creado para dominar el mundo invisible con su espíritu y el mundo visible con su cuerpo físico. Por consiguiente, el hombre que ha cumplido el propósito de la creación llega a ser el señor de toda la creación (Gn. 1:28). Así , el hombre tiene que gobernar el mundo visible y el invisible, con su cuerpo físico y su espíritu. De esta manera, los dos mundos juntos forman un objeto substancial de Dios al efectuar la acción de dar y recibir, con el hombre como el mediador.
De acuerdo con los principios de la creación, sabemos que el mundo de la creación es el desarrollo substancial de las esencialidades duales del hombre. En consecuencia, el espíritu del hombre es el resumen substancial de todo el mundo invisible, mientras que su cuerpo físico es el resumen substancial de todo el mundo visible. Por ello, un hombre que ha cumplido el propósito de la creación es el resumen substancial de todo el cosmos. Por esta razón se dice que el hombre es un microcosmos. El hombre tiene un valor equivalente al de todo el macrocosmos, como está escrito (Mt. 16:26): «Pues, ¿de qué servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?»
Supongamos que hay una máquina perfecta. Si las piezas de la máquina son las únicas de su clase en todo el mundo y no pueden ser conseguidas ni hechas de nuevo, una sola pieza tendría un valor correspondiente al de toda la máquina, aunque sea la más trivial, debido a que sin ella la máquina no podría funcionar. De la misma forma, la individualidad de un hombre perfecto es única. Así, aunque parezca algo insignificante, tiene un valor equivalente al de todo el universo.

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