CAPITULO VII
Cristología
Los
hombres caídos
que están en camino hacia la meta de la salvación aún tienen
que resolver muchas preguntas. Las más importantes
de todas son
aquellas referentes a la relación entre Jesús y el Espíritu Santo
centrados en Dios, la relación entre Jesús, el Espíritu Santo y el
hombre caído, el renacimiento, la Trinidad y todas las demás que
entran dentro del campo de la Cristología.
Hasta ahora nadie ha contestado completamente estas preguntas. A
causa de ello, hay mucha confusión en la vida de fe y en las
doctrinas del Cristianismo.
Para resolver estas cuestiones primero debemos comprender el valor
del hombre original recibido en su creación. Estudiemos esta
cuestión antes de ver las demás.
SECCION I
El Valor del Hombre que ha Cumplido el Propósito de la Creación
Estudiemos
el valor del hombre que ha cumplido el propósito de la creación; es
decir, el valor de Adán perfecto.
Primero,
estudiemos la relación entre Dios y el hombre perfecto según el
punto de vista de «las características duales».
Conforme al principio de la creación, el hombre fue creado con mente
y cuerpo según el modelo de las características duales de Dios. La
relación mutua que existe entre Dios y el hombre perfecto puede ser
comparada a la relación entre la mente y el cuerpo del hombre.
De igual
manera que el cuerpo fue creado como el objeto substancial de la
mente invisible a la cual refleja, así también el hombre fue creado
como el objeto substancial del Dios invisible, hecho según Su
imagen. Así como
no podemos separar a la mente y el cuerpo cuando forman una unidad en
un hombre perfecto centrado en Dios, de igual forma nunca podremos
romper la relación establecida por Dios y el hombre perfecto cuando
forman un solo cuerpo a través del fundamento de cuatro posiciones,
porque en este estado el hombre vive en perfecta unión con el
corazón y los sentimientos de Dios. De esta manera, el hombre que
cumple el propósito de la creación llega a ser el templo donde Dios
habita constantemente (1 Co. 3:16), asumiendo así divinidad
(ref. Parte I, Cap. I, Sec. III, 2). Como
Jesús dijo, el hombre debe llegar a ser perfecto como nuestro Padre
Celestial es perfecto (Mt.5:48). Por consiguiente, el hombre que ha
cumplido el propósito de la creación asume el valor divino de Dios.
Segundo,
consideremos el valor del hombre centrados en el propósito por el
cual fue creado.
El propósito de Dios al crear al hombre fue sentir felicidad a
través de él. Cada individuo tiene características especiales que
los demás no tienen.
Aunque el
número de gente en la tierra es muy grande, no se pueden encontrar
dos personas con individualidades idénticas. Por lo tanto, en
toda la creación sólo hay un individuo que, al formar una base
recíproca con las esencialidades duales particulares de Dios que
están en la posición de sujeto para ese individuo, pueda devolver
alegría estimulante a Dios como Su objeto substancial (ref. Parte I,
Cap. I, Sec. III, 2). Cualquier hombre que haya cumplido el propósito
de la creación es una existencia única en todo el universo. La
afirmación de Buda, «Yo soy mi propio Señor en todo el cielo y la
tierra», es razonable a la luz de este principio.
Tercero,
estudiemos el valor del hombre desde el punto de vista de la relación
entre el hombre y el resto de la creación.
Al comprender la relación entre el hombre y el resto de la creación,
de acuerdo con los principios de la creación, podremos apreciar
mejor el valor del hombre perfecto. El hombre fue creado para dominar
el mundo invisible con su espíritu y el mundo visible con su cuerpo
físico. Por consiguiente, el
hombre que ha cumplido el propósito de la creación llega a ser el
señor de toda la creación (Gn. 1:28). Así , el hombre tiene que
gobernar el mundo visible y el invisible, con su cuerpo físico y su
espíritu. De esta manera, los dos mundos juntos forman un objeto
substancial de Dios al efectuar la acción de dar y recibir, con el
hombre como el mediador.
De
acuerdo con los principios de la creación, sabemos que el mundo de
la creación es el desarrollo substancial de las esencialidades
duales del hombre. En consecuencia, el espíritu del hombre es el
resumen substancial de todo el mundo invisible, mientras que su
cuerpo físico es el resumen substancial de todo el mundo visible.
Por ello, un hombre que ha cumplido el propósito de la creación es
el resumen substancial de todo el cosmos. Por esta razón se dice que
el hombre es un microcosmos. El hombre tiene un valor equivalente al
de todo el macrocosmos,
como está escrito (Mt. 16:26): «Pues, ¿de qué servirá al hombre
ganar el mundo entero, si arruina su vida?»
Supongamos
que hay una máquina perfecta. Si las piezas de la máquina son las
únicas de su clase en todo el mundo y no pueden ser conseguidas ni
hechas de nuevo, una sola pieza tendría un valor correspondiente al
de toda la máquina, aunque sea la más trivial, debido a que sin
ella la máquina no podría funcionar. De la misma forma, la
individualidad de un hombre perfecto es única. Así, aunque parezca
algo insignificante, tiene un valor equivalente al de todo el
universo.
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