SECCION V
Los Ultimos Días, la Nueva Verdad y Nuestra Actitud
1. LOS ULTIMOS DIAS Y LA NUEVA VERDAD
El
hombre caído, despierta su espiritualidad y su intelectualidad con
el espíritu y la verdad (Jn. 4:23) a través de la religión y así
va superando su ignorancia interna. Pero en lo que respecta a la
verdad, esta tiene dos aspectos: la interior que por medio de la
religión va superando su ignorancia interna y la exterior que por
medio de la ciencia va superando su ignorancia externa.
Por lo tanto, también
la intelectualidad, tiene dos aspectos: el interno que se va
despertando por medio de la verdad interna y el externo que lo hace
por medio de la verdad externa. Entonces, la intelectualidad interna
busca la verdad interior y establece religiones, mientras que la
intelectualidad externa busca la verdad externa y establece ciencias.
Las
realidades del mundo invisible son percibidas espiritualmente por el
cuerpo espiritual a través de los cinco sentidos espirituales, esto
a su vez entra en resonancia con los cinco sentidos físicos, siendo
así percibido fisiológicamente y la verdad es percibida por medio
de los órganos sensoriales fisiológicos del hombre, directamente
del mundo visible.
La percepción pasa por un proceso espiritual-físico.
Dado que el
hombre fue hecho de tal manera que pudiera ser completo solamente
cuando
su hombre espiritual y su hombre físico estuvieran unidos,
el espíritu y la verdad deben estar en perfecta armonía,
despertando el nivel espiritual e intelectual del hombre, con el fin
de que las dos clases de cognición que vienen por el canal
espiritual y el físico puedan coincidir completamente. Entonces, por
vez primera el hombre llegará a tener una cognición perfecta de
Dios y de todo el mundo de la creación.
De esta
manera, Dios
está conduciendo Su providencia para restaurar a los hombres a su
estado original en la creación, elevando mediante el espíritu y la
verdad, el nivel espiritual e intelectual de los hombres, que cayeron
en la completa ignorancia debido a la caída.
A medida que la historia progresa, el hombre, recibiendo el beneficio
de la era de la providencia de la restauración de Dios, ha estado
gradualmente restaurando su nivel espiritual e intelectual. Por lo
tanto, ambos, el espíritu y la verdad, que son los medios para
elevar el nivel espiritual e intelectual, deben también ser elevados
gradualmente a niveles más altos. Aunque el
espíritu y la verdad deben ser únicos, eternos e incambiables, la
extensión, grado y método de enseñanza y expresión a los hombres,
que están en el proceso de ser restaurados del estado de ignorancia,
deberían variar de acuerdo a la era.
Por ejemplo,
en
la era anterior al Antiguo Testamento (de Adán a Moisés), Dios no
dio al pueblo palabras de verdad, sino meramente les mandaba ofrecer
sacrificios. Los hombres de aquella era, siendo ignorantes, no podían
recibir la verdad directamente de El. Cuando el nivel espiritual e
intelectual del pueblo se elevó, El les dio la Ley en el tiempo de
Moisés, y el Evangelio en el tiempo de Jesús.
Jesús
no dijo que sus palabras eran la verdad, sino que él mismo era el
camino, la verdad y la vida (Jn. 14:6). Esto es debido a que sus
palabras eran solamente un medio de expresarse a sí mismo como la
verdad; y la extensión, grado y método de expresión de la verdad
variaban de acuerdo a quienes recibían las palabras.
Según
esto, debemos darnos cuenta que las palabras bíblicas son un medio
de expresar la verdad y no son la verdad en sí misma.
Viendo esto según este punto de vista, podemos comprender que el
Nuevo Testamento fue dado como un libro de texto gradual para la
enseñanza de la verdad a la gente de hace 2.000 años, gente cuyo
nivel espiritual e intelectual era muy bajo, comparado con el de hoy
día. Es por ello definitivamente imposible satisfacer en forma
completa el deseo del hombre por la verdad en esta moderna
civilización científica, usando el mismo método de expresión de
la verdad, en parábolas y símbolos, que fue usado para despertar a
la gente de aquella época. Por consiguiente, hoy
día debe aparecer la verdad con un contenido más elevado y de
acuerdo con un método científico de expresión para que la pueda
comprender el inteligente hombre moderno.
Llamamos
a esto la nueva verdad.
Esta
nueva verdad, como estudiamos en la «Introducción General», debe
ser capaz de resolver completamente los problemas de la religión y
la ciencia conforme a un tema unificado, superando así la ignorancia
interior y exterior del hombre.
Investiguemos, desde otro
aspecto, otras razones por las cuales la nueva verdad debe aparecer.
Como se
señaló, la
Biblia no es la verdad en sí misma sino un libro de texto que nos
enseñaría la verdad. En este libro de texto la mayoría de las
partes importantes de la verdad están expresadas en parábolas y
símbolos.
Por ello, el método de interpretación puede diferir de acuerdo al
lector. Las diferencias en interpretaciones han dado lugar a muchas
denominaciones. Puesto que la causa principal de las divisiones
denominacionales no es el hombre sino son las expresiones usadas en
la Biblia, las divisiones y conflictos se incrementarán
irremediablemente. Por lo tanto, no
podemos esperar que las divisiones y conflictos entre denominaciones
lleguen a acabar. Esto impedirá el cumplimiento de la providencia de
la restauración de la unificación del Cristianismo, a menos que
aparezca una nueva verdad que pueda desvelar los contenidos
fundamentales de la Biblia tan claramente que todo el mundo pueda
reconocerlo y estar de acuerdo con ella.
Por consiguiente, Jesús prometió darnos nuevas palabras de verdad
en los Ultimos Días. diciendo:
«Os he dicho todo esto en
parábolas. se acerca la hora en que ya no os instruiré en
parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre».
(Jn. 16 :25)
Jesús murió en la cruz sin
poder decir todo lo que deseaba decir debido a la incredulidad del
pueblo judío. El dijo, «Si al deciros cosas de la tierra, no
creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?» (Jn.
3:12). Jesús también dijo a sus discípulos: «Mucho podría
deciros aún, pero ahora no podéis con ello» (Jn. 16:12). Esto
revela cuán apenado estaba, debido a que no podía decir ni incluso
a sus propios discípulos lo que tenía en el fondo de su corazón.
Las palabras que Jesús no
dijo, no permanecerán para siempre en secreto, sino tienen que ser
reveladas algún día como una nueva verdad a través del Espíritu
Santo, como Jesús nos dijo:
«
Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la
verdad completa, pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo
que oiga, os anunciará lo que ha de venir» (Jn. 16 :13).
Además,
leemos:
«Vi
también en la mano derecha del que está sentado en el trono un
libro escrito el anverso y el reverso, sellado con siete sellos»
(Ap. 5:1).
Precisamente
en este libro estaban las palabras que el Señor va a darnos en los
Ultimos Días.
Cuando Juan lloró debido a que no se había encontrado a nadie digno
de abrir el libro ni de leerlo, ya que no había nadie en el cielo,
en la tierra o bajo la tierra que fuera capaz de hacerlo, uno de los
ancianos dijo:
«...el
León de la tribu de Judá, el Retoño de David; él podrá abrir el
libro y sus siete sellos» (Ap. 5 :3-5).
El
León nacido del linaje de David, significa Cristo.
Llegará el día en el que Cristo abrirá el libro sellado, que desde
hace mucho tiempo ha permanecido como un secreto para la humanidad, y
revelará la nueva verdad a todos los santos. Por ello se dice:
«Tienes
que profetizar otra vez contra muchos pueblos, naciones, lenguas y
reyes» (Ap. 10:11). De nuevo, se dijo:
«Sucederá
en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda
carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas; los jóvenes tendrán
visiones, y los ancianos sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis
siervas derramaré mi Espíritu» (Hch 2:17-18).
Entonces
según los diferentes puntos de vista la nueva verdad debe venir en
los Ultimos Días.
2. LA ACTITUD QUE DEBEMOS TOMAR QUIENES ESTAMOS EN LOS ULTIMOS DIAS
Si
observamos la progresión de la historia de la providencia de la
restauración, vemos que lo nuevo siempre comienza cuando lo viejo
está a punto de extinguirse. Por consiguiente, el período en el que
lo viejo acaba es precisamente el período en el que lo nuevo
comienza. El
final de la historia vieja es el período inicial de la nueva
historia.
La humanidad
está ahora en el punto de intersección donde las dos soberanías
del bien y el mal están enfrentándose entre sí. Estas dos
soberanías, que comenzaron en el mismo punto, se han dirigido desde
entonces en direcciones opuestas, y han producido sus propios frutos
a una escala mundial respectivamente. La
gente de esta era internamente caerá en la inseguridad, el terror y
el caos debido a la carencia de sus ideales e ideologías.
Externamente temblará en medio de las fricciones y las luchas
armadas.
En
los Ultimos Días ocurrirán muchos fenómenos devastadores. como la
Biblia lo indica:
«Pues
se levantará nación contra nación y reino contra reino y habrá en
diversos lugares hambre y terremotos» (Mt. 24:7).
Es
inevitable que ocurra esta desgracia, con el fin de que el dominio
del mal sea aniquilado y que el dominio del bien sea exaltado. Dios,
sin lugar a dudas, establecerá el centro de la soberanía del bien
para comenzar una nueva era que partirá del medio de esta situación
miserable. Noé, Abraham, Moisés y Jesús eran las figuras centrales
que Dios estableció en las respectivas eras. Por esta razón, en
este período histórico de transición debemos encontrar a la figura
central de la nueva historia, a quien Dios ha designado, para que así
podamos ser participantes en la nueva era como Dios quiere que
seamos.
La
providencia de la nueva era no comienza después de la completa
liquidación de la era antigua, sino que nace y crece en las
circunstancias del período de la consumación de la era antigua, y
siempre que aparece entra en conflicto con la era anterior.
Por ello, esta providencia no es fácilmente comprendida por quienes
están acostumbrados a los convencionalismos de la era antigua. Por
esta razón, los sabios de la historia, que vinieron para hacerse
cargo de la providencia de una nueva era, todos fueron víctimas de
la era antigua. Podemos
dar el ejemplo de Jesús, quien viniendo al término de la Era del
Antiguo Testamento como el centro de la nueva providencia de la Era
del Nuevo Testamento, fue considerado por los creyentes de la Ley
Mosaica como un hereje a quien no podían comprender. Finalmente fue
rechazado a causa de su incredulidad y luego fue crucificado.
Por
esta razón Jesús dijo: «sino que el vino nuevo debe echarse en
pellejos nuevos» (Lc. 5:38).
Cristo
volverá de nuevo al término de la Era del Nuevo Testamento como
centro de la nueva providencia para establecer un nuevo cielo y
tierra, y nos dará una nueva verdad para la construcción de la
nueva era (Ap. 21:1-7). Por consiguiente, es
muy posible que sea rechazado o perseguido por los cristianos en el
tiempo de la Segunda Llegada, de igual manera que Jesús fue
perseguido y ridiculizado por los judíos cuando vino, quienes decían
que estaba poseído por Beelzebul, el príncipe de los demonios (Mt.
12:24).
Por lo tanto, Jesús predijo que al principio el Señor debía sufrir
muchas cosas y ser rechazado por la generación del tiempo de la
Segunda Llegada (Lc. 17:25). Por ello, aquellos
quienes, en el período transicional de la historia, estén
tenazmente ligados a las circunstancias de la era antigua y
confortablemente acomodados en ella serán juzgados junto con la era
antigua.
Los hombres caídos, teniendo
muy deteriorada su sensibilidad hacia las cosas espirituales,
generalmente han dado más valor a la verdad antigua durante el curso
de la providencia de la restauración. En otras palabras, aunque la
providencia de la restauración esté en el comienzo de la nueva era,
esta gente no responderá ni seguirá la providencia de la nueva era,
debido a que en la mayoría de los casos están apegados a la visión
de la verdad de la era antigua. El hecho de que los judíos, quienes
estaban apegados a las escrituras del Antiguo Testamento no pudieron
responder a la providencia de la Era del Nuevo Testamento de seguir a
Jesús, es un buen ejemplo para demostrar esto. Aquellos que puedan
percibir cosas espirituales por medio de la oración, no obstante,
comprenderán la providencia de la nueva era espiritualmente, y
corresponderán a ella, a pesar de que se enfrenten a discrepancias
entre la nueva visión de la verdad y la antigua.
Por
esta razón, los discípulos de Jesús no estaban completamente
apegados al Antiguo Testamento. Más bien, ellos seguían lo que
sentían espiritualmente en sus corazones. Esta es la razón por la
cual los hombres de mucha oración y de buena conciencia no pueden
evitar sentir una especie de extrema ansiedad y urgencia espiritual
en los Ultimos Días, pues ellos sienten vagamente las cosas
espirituales y están dispuestos a seguir la providencia de la nueva
era en sus corazones, pero no han encontrado la nueva verdad que
pueda dirigir su cuerpo en esta dirección.
Por consiguiente, estos hombres si solamente escucharan la nueva
verdad que les dirigiera hacia la providencia de la nueva era, el
espíritu y la verdad despertarían simultáneamente su corazón e
intelecto. Como ellos serán capaces de percibir completamente el
llamado de la providencia de Dios para la nueva era, responderán
entonces con una alegría indescriptible. Así pues, el
hombre moderno debe tratar por sobre todas las cosas de percibir lo
espiritual mediante oraciones humildes.
Por
esta razón, no deberíamos estar ligados a ideas convencionales,
sino que deberíamos a toda costa encontrar la nueva verdad que nos
dirija a la providencia de la nueva era.
Podemos hacer esto conduciendo nuestro ser exterior a corresponder al
espíritu. Entonces debemos asegurarnos de que la verdad así
encontrada llega a ser una unidad con nuestro espíritu,
produciéndose una verdadera alegría celestial en lo profundo de
nuestro corazón. Haciendo esto, los creyentes de los Ultimos Días
podrán encontrar el camino de la verdadera salvación.
CAPITULO IV
La Llegada del Mesías
La
palabra «Mesías» en hebreo significa el «ungido», queriendo
decir concretamente el rey. Los israelitas creían en la Palabra de
Dios que El les mandaría a un rey o Mesías para salvarlos; esta era
precisamente la ideología mesiánica de los israelitas. Fue
justamente Jesús Cristo quien vino como Mesías, «Cristo»
significa «Mesías» en el lenguaje helénico.
El
Mesías debe venir con el fin de cumplir el propósito de la
providencia de la salvación de Dios.
El hombre necesita la salvación a causa de la caída humana. Por lo
tanto, primero debemos comprender la caída humana con el fin de
resolver los problemas de la salvación. Pero como «La caída»
significa que el propósito de la creación de Dios no pudo ser
realizado, antes de discutir la caída humana debemos primero aclarar
las cuestiones referentes al propósito de la creación.
El
propósito de la creación de Dios tenía que cumplirse, en primer
lugar, con la construcción del Reino de los Cielos sobre la tierra.
Debido a la caída del hombre, se realizó un infierno en la tierra
en lugar del Reino de los Cielos. Desde entonces, Dios ha venido
repitiendo Su providencia con la intención de restaurar el Reino de
los Cielos sobre la tierra. Por consiguiente, como la historia humana
es la historia de la providencia de la restauración, el propósito
de la historia es restaurar el Reino de los Cielos sobre la tierra.
Estas cuestiones han sido ya explicadas en detalle (ref. Parte I.
Cap. III. Sec. I-II).
SECCION I
La Providencia de la Salvación a través de la Cruz
1. EL PROPOSITO DEL ADVENIMIENTO DE JESUS COMO MESIAS
El
propósito del advenimiento de Jesús como Mesías era salvar
completamente al hombre caído, es decir, cumplir la finalidad de la
providencia de la restauración. Por consiguiente, el Reino de los
Cielos sobre la tierra debería haber sido establecido por Jesús.
Podemos comprobar esto por lo que Jesús dijo a sus discípulos:
«Vosotros, pues, sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre
Celestial» (Mt. 5 :48). De acuerdo con los principios de la
creación, ya que un hombre que ha cumplido el propósito de la
creación forma un solo cuerpo con Dios y posee divinidad, no puede
cometer pecados. Esta clase de hombre, considerado según el
propósito de la creación, es perfecto como el Padre Celestial es
perfecto. Por lo tanto, lo
que Jesús dijo a sus discípulos fue que ellos debían llegar a ser
ciudadanos del Reino Celestial, después de haber sido restaurados
como hombres que han cumplido el propósito de la creación.
Como
Jesús vino con el propósito de establecer el Reino de los Cielos
sobre la tierra, restaurando a los hombres caídos como ciudadanos
del Reino Celestial, le dijo a sus discípulos que orasen para que la
voluntad de Dios fuera hecha en la tierra así como en el cielo (Mt.
6:10). El también exclamó a la gente que se arrepintiera, porque el
Reino de los Cielos estaba cerca (Mt. 4:17). Por la misma razón,
Juan el Bautista, que había venido para preparar el camino delante
del Señor, también anunció la llegada inminente del Reino de los
Cielos (Mt. 3:2).
¿Cómo
sería,
entonces, el
hombre que llegara a ser perfecto como el Padre Celestial es
perfecto, habiéndose restaurado como el hombre que ha cumplido el
propósito de la creación? Semejante hombre formaría un solo cuerpo
con Dios, no se separaría nunca de El y sintiendo como propio el
corazón de Dios, poseería divinidad. Este hombre no necesita
redención o un salvador, ni necesita llevar la vida de oración y fe
requerida para los hombres caídos, debido a que no tiene pecado
original. No sólo eso, sino que este hombre, estando libre del
pecado original, multiplicaría hijos del bien sin pecado original; a
consecuencia de esto, sus hijos no necesitarían un salvador para la
redención de sus pecados.
2. ¿FUE REALIZADA LA PROVIDENCIA DE LA SALVACION A TRAVES DE LA REDENCION POR LA CRUZ?
¿Se
habrá completado, entonces, la finalidad de la providencia de la
salvación a través de la redención de Jesús en la cruz,
estableciéndose el Reino de los Cielos en la tierra, por haber
restaurado los creyentes su naturaleza original?
Desde
que comenzó la historia humana no ha habido un solo hombre, a pesar
de que haya habido santos muy fervientes, que haya vivido una vida en
completa unidad con Dios. Ni una sola persona ha experimentado el
corazón y los sentimientos de Dios, ni nadie ha poseído Su misma
divinidad. Por consiguiente, no ha habido aún ningún santo que no
necesitara de la redención del pecado y una vida de oración y fe.
Incluso
un hombre tan brillante como Pablo, estaba obligado a llevar una vida
de fe y de oraciones con lágrimas (Rm. 7:18-25).
Además, por
más devotos que sean los padres.
no pueden dar nacimiento a hijos sin pecado que pueda ir al Reino de
los Cielos, sin la redención del Salvador. Según esto, vemos que
los padres están
todavía transmitiendo el pecado original a sus hijos.
¿Qué nos
enseña la realidad de la vida de fe del cristiano? Nos indica
claramente que la
redención a través de la cruz no pudo eliminar completamente
nuestro pecado original y
que por
lo tanto no pudo restaurar completamente al hombre a su posición
original.
Jesús prometió que el Señor volvería, debido a que Jesús sabía
que no pudo cumplir el propósito de su venida como el Mesías a
través de la redención por la cruz. Cristo tiene que venir de nuevo
para cumplir perfectamente la voluntad de Dios, porque la
predestinación de Dios de la restauración del Reino de los Cielos
sobre la tierra es absoluta e incambiable.
¿Fue
en vano, entonces, su sacrificio en la cruz? En absoluto (Jn. 3:16).
Si hubiera sido así, no habría existido la historia cristiana. Aún
por nuestras propias experiencias de la vida de fe, no podríamos
nunca negar la magnitud de la gracia de la redención por la cruz.
Si bien es cierto que nuestra fe en la cruz puede traernos la
redención, es igualmente cierto que la redención por la cruz no ha
podido eliminar nuestro pecado original y restaurarnos como hombres
de naturaleza original que no pueden pecar; así, no ha sido posible
establecer el Reino de los Cielos sobre la tierra.
Entonces
surge
la cuestión sobre qué grado de redención obtenemos a través de la
cruz. La fe de los intelectuales hombres modernos no puede ser
orientada a menos que resolvamos este problema. Para ello, primero
hay que aclarar la cuestión de la muerte de Jesús Cristo en la
cruz.
3. LA CRUCIFIXION DE JESUS
Examinemos
en primer lugar desde el punto de vista de las palabras y acciones de
los discípulos, relatadas en la Biblia, si la crucifixión de Jesús
fue legítima.
Había
un sentimiento común evidente entre los discípulos en relación con
la muerte de Jesús. Estaban doloridos y angustiados por la muerte de
Jesús. Estaban indignados por la ignorancia e incredulidad del
pueblo judío que causó la crucifixión de Jesús (Hch. 7:51-53).
No sólo ellos, sino que desde entonces los cristianos también han
mantenido los mismos sentimientos. Si
la muerte de Jesús hubiera sido la consecuencia natural de la
predestinación de Dios, no habría motivo para que los discípulos
la condenaran, aunque fuera inevitable que se apenaran por su muerte.
Según esto, podemos asegurar que fue algo injusto e indebido que
Jesús tuviera que tomar el sendero de la muerte.
A
continuación, investiguemos
según el punto de vista de la providencia de Dios, si la crucifixión
de Jesús fue efectivamente un resultado natural de la predestinación
de Dios.
Dios
llamó al pueblo escogido de Israel, los descendientes de Abraham; El
los educó y los protegió, y a veces los conducía a través de la
disciplina de pruebas y penalidades. El los consolaba mandando a
profetas, prometiéndoles firmemente que en el futuro mandaría un
Mesías. El hizo que el pueblo construyera tabernáculos y templos
como preparación para el Mesías. El mandó a los Reyes Magos de
Oriente, así como a Simón, Ana, Juan Bautista y a otros, para dar
amplio testimonio del nacimiento y la aparición del Mesías.
Especialmente
sobre el nacimiento de Juan Bautista, todos los judíos sabían que
el ángel se apareció para anunciar su concepción (Lc. 1:13); y los
signos que ocurrieron en el tiempo de su nacimiento conmovieron a
toda Judea en expectación (Lc. 1:63-66). Además sus prácticas
ascéticas en el desierto causaron una impresión tal que el pueblo
judío se preguntaba en sus corazones si quizás él era el Cristo
(Lc. 3:15).
Demás
está decir que Dios mandó a un hombre tan grande como Juan Bautista
para dar testimonio de Jesús como el Mesías, para que así el
pueblo judío creyera en Jesús. Ya que la voluntad de Dios era que
los israelitas creyeran que Jesús era el Mesías, los israelitas,
quienes debían vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, deberían
haber creído en él como el Mesías.
Si hubieran creído en Jesús como el Mesías, conforme a la voluntad
de Dios, ¿cómo podrían haberlo crucificado, después de haberle
estado esperando durante tanto tiempo? Los
israelitas lo crucificaron porque, en contra de la voluntad de Dios,
no creyeron que Jesús era el Mesías. Por consiguiente, debemos
darnos cuenta que Jesús no vino para ir por el camino de la muerte
en la cruz.
A
continuación, investiguemos
más profundamente, de acuerdo a las propias palabras y obras de
Jesús, si su crucifixión era verdaderamente el camino para cumplir
el propósito completo de su llegada como el Mesías.
Como la Biblia y toda la providencia de Dios claramente lo muestran,
Jesús
habló y obró para que la gente creyera que él era el Mesías.
Cuando la gente le preguntó lo que debían hacer para cumplir las
obras de Dios, Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis
en quien El ha enviado» (Jn. 6:29).
Jesús
se entristeció por la traición del pueblo judío; y no teniendo a
nadie a quien apelar, lloró sobre la ciudad de Jerusalén e incluso
maldijo a la ciudad, diciendo que sería destruida totalmente hasta
el punto de que no dejarían piedra sobre piedra, y no digamos los
israelitas, la nación escogida, a quienes Dios había conducido con
tanto amor y cuidados durante 2.000 años. Jesús indicó claramente
su ignorancia, diciendo: «...porque no has conocido el tiempo de tu
visita» (Lc. 19:44).
Jesús
se lamentó de la incredulidad y terquedad del pueblo, diciendo:
«¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son
enviados! Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una
gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido!»
(Mt. 23:37).
Jesús les reprochaba su
ignorancia que les impedía creer en él, aunque leían las
Escrituras que daban testimonio de él, y les dijo con gran tristeza:
«Investigad
las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son
las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí
para tener vida» (Jn. 5:39-40).
Luego,
él dijo dolorido: «Yo he venido en nombre de mi Padre y no me
recibís», y siguió diciendo: «Porque si creyerais a Moisés, me
creeríais a mí, porque él escribió de mí» (Jn. 5 :43-46).
¡Cuántos
milagros y señales realizó Jesús con la esperanza de restaurar la
fe del pueblo! Sin embargo, cuando veían las maravillosas obras que
Jesús hacía lo acusaron de estar poseído por Beelzebul. Viendo
esta dolorosa situación, Jesús dijo: «...creed por las obras,
aunque a mí no me creáis, y así sabréis y conoceréis que el
Padre está en mi y yo en el Padre» (Jn. 10:38). En otra ocasión,
Jesús incluso los maldijo con gran indignación, profetizando que
tendrían que sufrir (Mt. 23 :13-36). El mismo Jesús, mediante sus
palabras y obras, trató de hacerles creer en él, porque la voluntad
de Dios era que ellos creyeran en él.
Si el pueblo judío hubiera creído que él era el Mesías, como Dios
y Jesús deseaban, ¿quién lo hubiera empujado hacia el camino de la
muerte en la cruz.
Según lo
anterior, podemos
ver que la crucifixión de Jesús fue el resultado de la ignorancia e
incredulidad del pueblo judío y no la predestinación de Dios para
cumplir el propósito completo de la llegada de Jesús como el
Mesías.
1
Corintios 2:8 dice: «desconocida de todos los príncipes de este
mundo; pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de
la Gloria», esta prueba debería ser más que suficiente.
Si
la crucifixión de Jesús hubiera sido originalmente la
predestinación de Dios, el camino por el que naturalmente debía ir,
¿cómo pudo orar tres veces que el cáliz de la muerte pasara de él?
(Mt. 26:39). De hecho oró de esta manera tan desesperada porque
sabía muy bien que la historia de aflicción sería prolongada hasta
el tiempo de la Segunda Llegada, en el caso de que la incredulidad
impidiera la realización del Reino de los Cielos sobre la tierra,
que Dios durante cuatro mil años se había esforzado en establecer.
En
Juan 3 :14, leemos: «Y como Moisés levantó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre».
Cuando los israelitas estaban en el camino de Egipto al país de
Canaán, y ya no creían más en Moisés, aparecieron serpientes
de fuego
y empezaron a matar al pueblo; entonces Dios hizo elevar una
serpiente
de bronce
en un palo, y aquellos que la miraban sobrevivían. Similarmente,
debido a la falta de fe del pueblo judío en Jesús, todos fueron
destinados al infierno; y Jesús
dijo esto con un corazón profundamente apenado, previendo que
después de su crucifixión como «la serpiente de bronce» solamente
aquellos que le miraran y creyeran en él se salvarían.
Otra
manera por la cual podemos saber que Jesús fue crucificado a causa
de la incredulidad del pueblo es según el hecho, que tal como Jesús
lo predijo, la nación escogida de Israel declinó después de su
muerte (Lc. 19:44).
Isaías
9 :6-7, dice:
«Porque
un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, el señorío reposará
en su hombro, y le llamarán: `Admirable-Consejero', `Dios-Poderoso',
`Siempre-Padre', `Príncipe de Paz'. Grande es su señorío y la paz
no tendrá fin, sobre el trono de David y sobre su reino, para
restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia. Desde ahora
y hasta siempre, el celo de Yahvéh Sebaot hará eso».
Esta
predicción indica que Jesús vendría en el trono de David y
establecería un Reino por toda la eternidad.
Por lo tanto, un ángel se apareció a María en el tiempo de la
concepción de Jesús y le dijo:
«Vas
a concebir en el seno y vas a dar a luz a un hijo, a quien pondrás
por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo,
y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre
la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin» (Lc.
1:31-33).
Según estos
pasajes, podemos
ver que Dios había llamado a los israelitas, la nación escogida, y
les había dirigido a través de aflicciones y penalidades durante
2.000 años a partir de Abraham, con el fin de establecer el eterno
Reino de Dios en la tierra mandando a Jesús como el Mesías. Jesús
vino como el Mesías; pero, debido a la incredulidad y persecución
del pueblo, fue crucificado. Desde entonces, los judíos han perdido
la calificación para ser el pueblo escogido y han sido dispersados,
sufriendo persecución hasta nuestros días.
Este
fue el castigo por el crimen de haber asesinado al Mesías, a quien
debían servir, impidiéndole realizar el propósito de la
providencia de la salvación. No sólo eso, sino que como castigo por
ese pecado colectivo después de Jesús muchos creyentes tuvieron que
sufrir también la tribulación de la cruz.
4. EL LIMITE DE LA SALVACION A TRAVES DE LA REDENCION POR LA CRUZ Y EL PROPOSITO DE LA SEGUNDA LLEGADA DEL SEÑOR
¿Qué
habría ocurrido si el Señor no hubiera sido crucificado? El habría
cumplido la providencia de la salvación espiritual y física a la
vez. El habría construido el Reino de los Cielos en la tierra que
duraría para siempre,
como está expresado en la profecía de Isaías (Is. 9:6-7), en la
anunciación del ángel que se apareció a María (Lc. 1:31-33) y en
las propias palabras de Jesús que anunciaba la inminencia del Reino
de los Cielos (Mt. 4:17). Dios
creó primero la carne del hombre con polvo de la tierra, y entonces
le insufló en sus narices el aliento de vida y lo hizo un ser
viviente (Gn. 2:7). El hombre fue creado con espíritu y cuerpo; su
caída fue también espiritual y física. Por lo tanto, Jesús debía
realizar la salvación tanto física como espiritual.
Creer
en Jesús significa formar un solo cuerpo con él; por ello, Jesús
se comparó a sí mismo con la verdadera vid, y a sus seguidores con
los sarmientos (Jn. 15:5). El dijo: «...comprenderéis que yo estoy
en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros» (Jn. 14:20).
Jesús dijo esto porque, viniendo como ser humano, deseaba salvar a
los hombres caídos a la vez espiritual y físicamente. Si los
hombres caídos hubieran creído, llegando a ser una unidad con él
en espíritu y cuerpo, podrían haber sido salvados espiritual y
físicamente. Debido
a que el pueblo judío no creyó en Jesús y lo llevaron a la
crucifixión, su cuerpo fue invadido por Satanás y finalmente fue
asesinado. Por consiguiente, aunque los cristianos creen en Jesús y
forman un solo cuerpo con él, sin embargo, dado que su cuerpo fue
invadido por Satanás, los cuerpos de los cristianos están sujetos
también a la invasión satánica.
Por
esta razón, a pesar de lo ferviente que sea, un hombre de fe no
puede alcanzar la salvación física solamente por la redención a
través de la crucifixión de Jesús.
Puesto que el pecado original transmitido por el linaje desde Adán
no ha sido eliminado, cualquier santo, aunque sea muy ferviente,
tiene todavía el pecado original y no puede impedir que sus hijos
nazcan con pecado original. Para evitar la condición de invasión
satánica que constantemente viene a través de la carne, debido al
pecado original, tenemos que castigar y negar el cuerpo carnal, para
poder vivir una vida religiosa. Debemos
orar constantemente (1 Ts. 5:17), con el fin de impedir la condición
de invasión satánica que viene a causa del pecado original, que no
ha sido desarraigado aunque estemos redimidos por la cruz.
Jesús
no pudo cumplir el propósito de la providencia de la salvación
física debido a que su cuerpo fue invadido por Satanás. Sin
embargo, pudo
establecer la base para la salvación espiritual, formando un
fundamento triunfante para la resurrección a través de la redención
por la sangre en la cruz. Por lo tanto, todos los santos desde la
resurrección de Jesús hasta nuestros días han recibido solamente
el beneficio de la providencia de la salvación espiritual.
La salvación a través de la redención por la cruz es sólo
espiritual. Aún en los hombres de fe ardiente, el pecado original
permanece en la carne y se transmite continuamente de generación en
generación. Cuanto más profunda sea la fe de un santo, más severa
es su lucha en contra del pecado. Entonces,
Cristo debe venir de nuevo a la tierra para cumplir el propósito de
la providencia de la salvación física, así como la salvación
espiritual, redimiendo del pecado original que no ha sido eliminado
ni siquiera por la cruz.
Como dijimos
antes, incluso los santos redimidos por la cruz han tenido que
continuar luchando en contra del pecado original. Por esta razón
incluso Pablo, que era el centro de la fe entre los discípulos, se
lamentaba de su incapacidad de impedir que el pecado invadiera su
carne, diciendo:
«...Así pues, soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley de
Dios, mas con la carne, a la ley del pecado» (Rm. 7:22-25). El dijo
esto para expresar al mismo tiempo la alegría de haber alcanzado la
salvación espiritual, y deplorar el fallo en cumplir la salvación
física. De nuevo, en 1 Juan 1:8-10, Juan confesó, diciendo:
«Si
decimos: `No tenemos pecado' nos engañamos y la verdad no está en
nosotros... Si decimos: `No hemos pecado' le hacemos mentiroso y su
Palabra no está en nosotros».
Aunque
podemos alcanzar la salvación a través de la crucifixión de Jesús,
no podemos dejar de ser pecadores, debido a que el pecado original
obra aún en nosotros.
5. DOS CLASES DE PROFECIAS REFERENTES A LA CRUZ
Si
su crucifixión no fue el resultado inevitable de la predestinación
de Dios para cumplir toda su finalidad de venir como Mesías,
entonces ¿cuál debe ser la razón de que en Isaías 53 está
profetizado el sufrimiento de Jesús en la cruz?
Hasta ahora, habíamos pensado que las profecías en la Biblia acerca
de Jesús sólo predecían su sufrimiento. Cuando leemos la Biblia de
nuevo con el conocimiento del Principio, podemos
comprender que, como Isaías predijo en la Era del Antiguo Testamento
(Is. 9:60), y como el ángel de Dios profetizó a María, Jesús era
esperado para ser el rey de los judíos en su vida y establecer sobre
la tierra un reino eterno que «no tendrá fin» (Lc. 1:31-33).
Investiguemos por qué hubo dos clases de profecías.
Dios
creó al hombre para que pueda perfeccionarse sólo a través de
cumplir su parte de responsabilidad
(ref. Parte I, Cap. I, Sec. V, 2 [2]). Sin
embargo, los primeros antepasados humanos cayeron sin cumplir su
parte de responsabilidad. Así, el hombre podía cumplir su parte de
responsabilidad conforme a la voluntad de Dios o, por el contrario,
no cumplirla en contra de la voluntad de Dios.
Demos
ejemplos de la Biblia. La parte de responsabilidad del hombre era no
comer del fruto del Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal, por eso
Adán podía llegar a ser perfecto obedeciendo el mandamiento de Dios
de no comer del fruto o por el contrario, podía morir si comía de
el como ocurrió realmente.
Dios dio los Diez Mandamientos a la gente de la Era del Antiguo
Testamento como la parte de responsabilidad del hombre en la
providencia de la salvación. Entonces, el hombre podía salvarse
guardando los mandamientos, o perderse desobedeciéndolos. La parte
de responsabilidad de los israelitas era obedecer las órdenes de
Moisés en su camino de Egipto a la tierra prometida de Canaán.
Ellos podían entrar en la tierra prometida de Canaán obedeciendo
las órdenes de Moisés o, por el contrario, no entrar si
desobedecían sus órdenes. De hecho, Dios quería que Moisés
condujese a los israelitas a la tierra prometida de Canaán (Ex. 3:8)
y le ordenó hacerlo así; pero, debido a su infidelidad, el pueblo
pereció en el desierto, permitiendo que sólo sus descendientes
llegaran a destino.
El
hombre, tiene que cumplir su propia responsabilidad, y puede
cumplirla de acuerdo con la voluntad de Dios o no cumplirla en contra
de Su voluntad, dando lugar así a que sólo una de las dos
posibilidades se haga realidad. Por consiguiente, fue inevitable que
Dios diera dos clases de profecías sobre la realización de Su
voluntad.
Mandar
al Mesías es la parte de responsabilidad de Dios, pero creer en él
o no corresponde a la parte de responsabilidad del hombre. Por lo
tanto, el pueblo judío podía creer en el Mesías de acuerdo a la
voluntad de Dios o no creer en él en contra de Su voluntad. Por
ello, Dios tuvo que dar dos clases de profecías, previendo así los
dos posibles resultados, que dependían del éxito o el fallo del
hombre en cumplir su responsabilidad.
Dios
profetizó sobre lo que podría ocurrir si el pueblo judío fallaba
en creer en el Mesías, como fue escrito en Isaías 53, y sobre lo
que ocurriría si ellos cumplían Su voluntad gloriosamente creyendo
y sirviendo al Mesías, como fue descrito en Isaías 9, 11 y 60, y en
Lucas 1:30.
Sin embargo, debido a la incredulidad del pueblo, Jesús murió en la
cruz, y se cumplió la profecía de Isaías 53, quedando así las
demás para que se cumplan en la Segunda Llegada del Señor.
6. VERSICULOS BIBLICOS ESCRITOS COMO SI LA CRUCIFIXION DE JESUS FUERA INEVITABLE
En
la Biblia encontramos muchos versículos escritos como si el
sufrimiento de Jesús a través de la crucifixión fuera inevitable.
Uno de los ejemplos representativos es cuando Jesús reprendió a
Pedro, que había tratado de disuadirle de que sufriera cuando le
profetizó su sufrimiento en la cruz, diciéndole: « ¡Quítate de
mi vista, Satanás! » (Mt. 16 :23).
Si no fuera así, ¿cómo pudo Jesús tratar a Pedro de esa manera?
De hecho, Jesús
estaba entonces resuelto a tomar la cruz como la condición de
indemnización para pagar por la realización de sólo la salvación
espiritual del hombre, cuando vio que no podía cumplir la
providencia de la salvación a la vez espiritual y física (Lc. 9
:31).
En
esta situación, cuando Pedro le estaba disuadiendo de que tomara el
camino de la cruz, actuaba en contra de la providencia de la
salvación espiritual a través de la cruz; por ello Jesús lo
reprendió.
En
otro momento, cuando Jesús pronunció sus últimas palabras en la
cruz, diciendo: «Todo está cumplido» (Jn. 19:30).
no
quiso decir que todo el propósito de la providencia de la salvación
se lograba a través de la cruz. Sabiendo que la incredulidad del
pueblo era en aquel punto un hecho incambiable, Jesús escogió el
camino de la cruz con el fin de establecer el fundamento de la
providencia de la salvación espiritual, dejando la providencia de la
salvación física para el tiempo de la Segunda Llegada.
Por
consiguiente, Jesús, con sus palabras «todo está cumplido», quiso
decir que cumplió su trabajo de establecer la base para la
providencia de la salvación espiritual mediante la cruz, que era la
providencia de salvación secundaria.
Para
tener una fe correcta, debemos primeramente establecer una
comunicación directa con Dios en espíritu mediante una oración
ardiente y, luego, debemos comprender la verdad por una lectura
correcta de la Biblia. Por esta razón, Jesús nos dijo que
adorásemos a Dios en espíritu y en verdad (Jn. 4:24).
Desde
el tiempo de Jesús hasta el presente, todos los cristianos han
pensado que Jesús vino al mundo para morir. Esto es porque no
conocieron el propósito fundamental de la llegada de Jesús como el
Mesías, y sostuvieron la idea equivocada de que la salvación
espiritual era la única misión con la cual Jesús vino al mundo.
Jesús vino a cumplir la voluntad de Dios en vida, pero tuvo que
morir a pesar suyo, debido a la incredulidad del pueblo. Antes de
surgir en la tierra la novia que se ajuste a su voluntad, y alivie su
corazón dolorido y triste ¡cómo puede volver si no tiene con quien
realizar su voluntad! Jesús
dijo: «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe
sobre la tierra?» (Lc. 18: 8), lamentándose de antemano de la
posible ignorancia de los cristianos.
Hemos aclarado aquí el hecho
de que Jesús no vino a morir, pero si preguntamos a Jesús
directamente a través de la comunicación espiritual, podremos verlo
aún más claramente. Cuando es imposible la relación directa,
deberíamos buscar el testimonio de alguien que tenga este don, con
el fin de tener la clase de fe que nos calificará para ser la
«novia» y poder recibir al Mesías.
SECCION II
La Segunda Llegada de Elías y Juan Bautista
El
profeta Malaquías predijo que Elías volvería de nuevo (Mt. 3:23),
y según el testimonio de Jesús, Juan Bautista era la segunda
llegada de Elías (Mt. 11:14, 17:13).
Sin embargo, el mismo Juan Bautista, así como el pueblo judío en
general, no conocía el hecho de que Juan era la segunda llegada de
Elías (Jn. 1:21). La duda de Juan sobre Jesús (Mt. 11:3), seguida
por la creciente incredulidad del pueblo, obligó finalmente a Jesús
a tomar el camino de la cruz.
1. LA TENDENCIA DEL PENSAMIENTO JUDIO CENTRALIZADO EN LA SEGUNDA LLEGADA DE ELIAS
Durante
el período del Reino Unido, el «ideal del templo» fue invadido por
Satanás debido a la caída del rey Salomón.
Dios
pensó realizar el ideal del templo por segunda vez. Con el fin de
preparar al pueblo para recibir al Mesías, el templo substancial,
Dios mandó a cuatro profetas mayores y doce profetas menores para
separar al pueblo de Satanás. Para impedir que Satanás frustrara la
realización de este ideal, El mandó a su profeta especial Elías e
hizo que se enfrentara con los profetas de Baal en el monte Carmelo.
Sin embargo, Elías
ascendió al cielo sin haber cumplido totalmente su misión divina (2
R. 2:11), y el poder de Satanás fue de nuevo en aumento.
Por
consiguiente, con el fin de que el ideal del templo substancial,
Jesús, se pudiera realizar, debería haber primeramente otro profeta
que sucediera a Elías y cumpliera la misión de separación de
Satanás, que Elías había dejado sin completar en la tierra. A
causa de esta necesidad providencial, el profeta Malaquías predijo
la segunda llegada de Elías (Ml. 3:23)(en
otras Biblias: Ml. 4:23 o Ml. 4:5).
La
ferviente esperanza del pueblo judío, que creía en estas profecías,
era naturalmente la llegada del Mesías. Pero, debemos saber
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