Este
reportaje fue confeccionado con testimonios de los primeros adeptos de San
Myung Mun y de otros testimonios de testigos oculares. Muy poco de su contenido
se basa en declaraciones hechas por él, que nunca ha revelado su vida por
completo a sus discípulos. La mayor parte de la historia de su vida se
encuentra aún rodeada por un manto de oscuridad, y así permanecerá
probablemente siempre.
SUNG MYUN
MOON
Muy
pocas personas alcanzaron a comprender el gran acontecimiento del acto
silencioso de Belén, el cual tuvo lugar hace 2.000 años al nacer Jesucristo, el
Hijo de Dios. El dicho "la historia se escribe de noche", volvió a
cumplirse en el año 1920. El 6 de enero de aquel año (según el calendario
lunar) acaeció un hecho de importancia semejante en la ciudad de Chongju, en la
provincia de Pyongan Bukto, Corea del Norte. Aquel día nació un hombre, al que
le estaba predestinada la misión divina para el cumplimiento de la tarea más
difícil de la historia: renovar el mundo. La historiografía señalará tal día como
el comienzo de una transformación cósmica, de una revolución, que no fue
llevada a cabo con la espada o con bombas, sino con la verdad divina.
Su
hermano mayor fue el primero en reconocer que San Myung Mun había sido elegido
para cumplir la obra divina. Ya desde su niñez, se notaba que San Myung Mun se
diferenciaba de los demás de su edad. Por esta causa había sido muchas veces
objeto de burla, siendo azotado por sus compañeros de juego de más edad. Muy
poco común fue también su voluntad inquebrantable, ante la cual los mismos
padres se vieron impotentes. Hasta el acto más pequeño de injusticia, él lo
tomaba al punto en serio, especialmente, cuando veía que los adultos se
aprovechaban de niños inocentes. Entonces demostraba su enojo y su desacuerdo
arrojándose llorando al suelo, golpeando el mismo con sus brazos y piernas. A
pesar de las magulladuras y de encontrarse sangrando, él no denotaba ceder en
forma alguna hasta que los culpables habían reconocido el derecho de su
protesta y reparado sus faltas.
Sin
embargo, su misión no se le hizo por completo evidente hasta haber cumplido la
edad de 16 años. Al encontrarse el domingo de Pascua, al anochecer, sumido en
oración, tuvo una visión prodigiosa. Jesucristo se le apareció y le comunicó
que había sido predestinado a concluir aquella misión iniciada por Jesús hace
2.000 años, la cual había quedado incompleta.
San
Myung Mun obedeció a la revelación divina sin vacilar, emprendiendo una dura
búsqueda de la verdad universal. En los años siguientes, acometió la lucha más
amarga y dura jamás llevada a cabo por hombre alguno. Durante largas horas
permaneció arrodillado sobre duras rocas en los montes; deambuló a lo largo de
orillas de ríos y lagos; peregrinó millas y millas por terrenos intransitables,
y buscó a Dios y su verdad. Sus oraciones hacia el Padre Celestial no eran de
un carácter común y corriente. Se trataba de batallas, de luchas sin fin contra
todos los poderes cósmicos del mal, los cuales se esforzaban desesperadamente
por aniquilarle. Esta lucha intensa duró 9 largos años, día tras día, mes tras
mes. Completamente abandonado a sí mismo, luchaba San Myung Mun en esta lucha
sin fin. Lo terrible de esta lucha sobrepasa toda comprensión humana. Una vez
señaló San Myung Mun la magnitud de esta batalla al decir: "si alguien
llegara a saber lo que he pasado durante aquellos años, se le paralizaría el
corazón perturbado por emoción profunda. Nadie es capaz de soportar semejante
calvario".
Los
años de intensa búsqueda y lucha le costaron innumerables lágrimas. Muchas
veces sus ojos se hallaban tan hinchados, que hasta a sus familiares les era
difícil reconocerle. Lloraba el sufrimiento de Dios; derramó las lágrimas de la
humanidad doliente. Eran las lágrimas divinas, que servían de indemnización y
consolaban el corazón doliente y solitario de Dios.
Las
fuerzas satánicas del espacio le atacaron cada día más duramente,
martirizándole sin interrupción y tratando de impedir que se comunicara con
Dios. Muchas veces estuvo Satanás a punto de hacer que él abandonara su misión.
Sin embargo, por entonces, San Myung Mun ya había reconocido el delito secreto
de Satanás.
El
había descubierto qué espantosa traición había sido cometida contra Dios en el
Jardín del Edén. Haciendo uso de este conocimiento como arma, él pudo defenderse
con éxito contra Satanás y acometerle a su vez. No sólo tuvo que vencer
increíbles ataques desde el punto de vista espiritual, sino también soportar
martirios corporales inimaginables, implicados por Satanás en el transcurso de
aquel tiempo. Sin un cuerpo de hierro y un gran valor espiritual, le hubiera
sido imposible a un hombre aguantar lo que San Myung Mun tuvo que soportar
durante los primeros años de su misión.
En
el transcurso de dicho tiempo, él descubrió verdades que nunca antes hombre alguno
llegó a conocer. Directamente de Dios, recibió respuestas a preguntas
fundamentales de la vida, como por ejemplo: "¿Qué es el hombre?",
"¿Qué es la vida?", "¿Quién es Dios?", "¿Qué relación
debe existir entre Dios y el hombre?", "¿Quién es Satanás?",
"¿Cómo se llegó a su existencia?". Además preguntó: "Si Dios es
todopoderoso, ¿cómo nunca pudo llegar a concretarse un mundo bueno y
perfecto?" "¿Por qué Dios permite la existencia del mal?" Hizo
una pregunta tras otra: "¿Qué es la redención?", "¿Quién fue Jesucristo?",
"¿Llegó Jesucristo a completar su misión?". Si es así, "¿dónde
está entonces el Reino de los cielos que él había anunciado?",
"¿Cuándo llegará el Día del Juicio?". Sus preguntas alcanzaron
finalmente un punto en el cual sobrepasaron la fuerza de imaginación de los más
grandes pensadores de la tierra. Pero él siguió buscando y buscando, y salió
airoso de una batalla tras otra.
Dios
no puede revelar Su verdad si no hay alguien que está capacitado para
recibirla. El precio para esta preciosa verdad divina es exorbitante. Mas a la
edad de 25 años, San Myung Mun pagó este precio. Después de 9 años de incesante
búsqueda y lucha, quedaron selladas en sus manos las verdades de Dios. Al
alcanzar este punto, se convirtió en el vencedor sin límites del cielo y de la
tierra. Todo el mundo espiritual se inclinó en este día del triunfo ante él,
pues él no sólo se había liberado completamente de las acusaciones de Satanás,
sino que se encontraba entonces también en posición de demandar a Satanás ante
Dios. Aquel día, Satanás se entregó a él por entero, pues San Myung Mun había
luchado hasta lograr convertirse en un hijo puro y perfecto de Dios. Desde
aquel día el arma para la sumisión de Satanás se encontró en poder de toda la
humanidad.
El
mundo espiritual es el mundo de la causalidad, y todo lo que ocurre en el mismo
se ve muy pronto reflejado en el mundo físico, el cual no es más que la sombra
del mundo espiritual. En el mundo espiritual, San Myung Mun fue reconocido como
el vencedor del universo y el Señor de la Creación. Por lo tanto, el mundo
físico sólo tiene que reflejar lo que él ya ha alcanzado. El que posee una
relación suficiente con el mundo espiritual, puede obtener una confirmación
directa de su misión. Un ejemplo de esto es Arthur Ford, de Filadelfia, quien
por sus dotes de médium llegó a ser muy conocido. También a través de él
confirmó el mundo celestial la misión de Sun Myung Mun.
Esta
victoria espiritual, por la cual San Myung Mun quedó confirmado como hijo de
Dios y vencedor de Satanás, fue sin embargo sólo el comienzo de su historia. La
próxima fase de su misión fue la reiteración de la misma batalla, mas esta vez
en el terreno físico. El comenzó este segundo estadio de su misión en el año
1946, poco después de finalizar la segunda guerra mundial. Con la derrota de
las fuerzas del Eje, quedó liberado su país natal, Corea, del largo periodo de
opresión de los japoneses, mas si bien los japoneses habían abandonado el país,
se aproximaron los comunistas y ocuparon Corea del Norte. Corea fue dividida en
dos partes, quedando la del Norte bajo la soberanía comunista mientras que
Corea del Sur permaneció libre. Sólo pocos meses después de que Corea se
emancipara de la ocupación japonesa, Dios mandó a San Myung Mun predicar su
nueva revelación en Pyongyang, capital de la Corea comunista del Norte. Así
como Abraham había sido llamado a abandonar su tierra de Ur y viajar hacia
Canaán, y como Jacob tuvo que huir de Canaán y sufrir luego 21 años en Harán, y
así como el cristianismo había comenzado bajo la persecución del Imperio
Romano, así también inició San Myung Mun su misión en la capital de un país
ateo: la misión de devolver el mundo a Dios. A él le había sido ordenado
colocar el fundamento para el Reino de los Cielos bajo las circunstancias más
adversas.
Emprendió
su misión de reformar el mundo, tratando primeramente de transformar a un
hombre. Le fueron enviados profetas y otras personas por Dios, y no tardó en
llegar a reunir un pequeño grupo de adeptos. Entre el gran número actual de
estos se encuentran todavía algunos de sus primeros discípulos. El continuó
enseñando los Principios Divinos en la capital de Corea del Norte, logrando
convertir también a buen número de comunistas. Las autoridades comunistas se
inquietaron mucho al enterarse de la feliz difusión en la capital de un país
comunista, de una enseñanza que aseguraba la existencia de Dios.
Por
consiguiente, un día San Myung Mun hubo de comparecer, sin previo aviso, ante
la policía comunista, que le golpeó brutalmente. Luego le sometieron a un
"tratamiento de agua", que consistía en arrojarle constantemente agua
en la nariz. Le obligaron también a permanecer de pie día y noche sin dormir, y
finalmente le golpearon con garrotes de una manera espantosa. Le habían
maltratado tan horrendamente, que sufrió heridas internas y perdió muchísima
sangre. Finalmente le dieron por muerto, arrojando su cuerpo, que parecía una
masa compacta de sangre, en la profundidad de la noche invernal. Sus fieles
adeptos encontraron su cuerpo, y comenzaron los preparativos para el entierro.
Sin embargo él volvió en sí después de tres días, de una forma inexplicable, y,
a pesar de que casi toda la sangre había abandonado su cuerpo después de los
malos tratos recibidos y haciendo caso omiso de las magulladuras y los dolores,
se levantó en seguida y emprendió la enseñanza de su poderoso mensaje: Los
Principios Divinos.
Al
enterarse las autoridades comunistas de su mejora, le hicieron prender de nuevo
y le llevaron a una fábrica de abonos químicos en Hungnam, una ciudad de la
costa Oeste de Corea del Norte. Los ocupantes del campo de Hungnam eran
obligados a trabajar tan desmesuradamente, sin proporcionarles la debida
alimentación, que sólo pocos de ellos sobrevivían más de tres meses. Todos los
días fallecían prisioneros exhaustos y hambrientos. Muchos fallecían mientras
dormían, otros aun mientras comían. Cuando moría alguno que tenía aún algunos
granos de cebada en la boca, los demás prisioneros se apresuraban a sacarlos de
la boca del muerto para comérselos ellos. La comida diaria consistía en un
puñado de cebada en agua salada. Las celdas de la prisión estaban horriblemente
llenas y eran tan sucias que resultaban indignas de ser humano alguno. Los
prisioneros de Hungnam fueron obligados día tras día a llenar y cargar grandes
sacos con cal y otros productos químicos. El trabajo diario era deliberadamente
tan enorme que resultaba imposible realizarlo en estas horrendas condiciones.
San
Myung Mun había sido llevado a un verdadero infierno. Al penetrar en el
campamento de prisioneros supo que los comunistas le habían arrastrado hasta
allí para hacerle morir, y que ningún hombre podía sobrevivir bajo estas
condiciones por mucho tiempo. Pero él estaba decidido a conservar su vida,
haciendo caso omiso de todas las adversidades. Su método para sobrevivir era,
sin embargo, completamente distinto a todo lo que se podría suponer. Desde el
primer día en Hungnam, compartió la mitad de cada una de sus raciones con sus
compañeros de prisión hambrientos. Aunque muchos de sus fieles adeptos andaban
más de 150 kilómetros hasta llegar a su prisión para llevarle víveres y
vestidos, él nunca se quedó con estos regalos para sí mismo, sino que los
distribuyó entre sus compañeros. Se sintió tan conmovido por el sufrimiento de
éstos, que llegó a olvidar su propio sufrimiento y su propia hambre. El, por su
parte, llevaba la ropa colgando del cuerpo en pedazos, y empapada en sudor. En
su espalda podía distinguirse claramente el número 596. Pero este número no era
ninguna casualidad. En coreano se pronuncia "oh gu yuk", lo que
significa "inocente". Y realmente él era inocente. Era un hombre
golpeado y maltratado por las faltas de la humanidad entera.
Durante
su cautiverio, nadie vio jamás dormir a San Myung Mun. Al cabo de un día largo
y agotador, los prisioneros se dormían enseguida después de haber ingerido sus
escasas raciones. Cada uno podía observar antes de dormirse la figura de San
Myung Mun, quien oraba a su Padre Celestial. Cuando los guardianes despertaban
a los prisioneros al amanecer, San Myung Mun ya se encontraba en la misma
posición de orar en que le habían visto la noche anterior.
Las
oraciones que él pronunciaba bajo estas condiciones sin esperanza eran muy
distintas de la mayoría de las oraciones, pues no se referían a él mismo, sino
al sufrimiento de la humanidad y al corazón del Padre. Una vez mencionó San
Myung Mun estos momentos de sus oraciones en Hungnam: "Yo nunca rezaba por
debilidad; nunca me quejé, nunca estuve enfadado por encontrarme en esta
situación; jamás pedí ayuda. Yo traté más bien de consolar al Padre, y decirle
que no tenía que preocuparse por mí. El Padre me conoce bien. El ya sabía de mi
sufrimiento. ¿Cómo podía yo contarle el mismo, y hacer que su corazón padeciera
más preocupaciones? Sólo podía decirle que yo nunca sucumbiría ante los
sufrimientos impuestos".
En
los campos de trabajo, los prisioneros no tenían ninguna posibilidad de
lavarse. Sin embargo, San Myung Mun se lavaba todas las mañanas. Guardaba su
ración de agua, y humedecía su pequeño pañuelo en ella antes de la hora de
acostarse. Al levantarse por la mañana, mientras aún reinaba la oscuridad y
todos dormían, él se lavaba el cuerpo con este pañuelo humedecido. Después de
haberse lavado, saludaba al Padre Celestial. No tenía suficiente sitio en su
celda para hacer ejercicios de gimnasia; por consiguiente ideó una técnica
especial de ejercicios para poder mantener sus músculos elásticos. De este,
modo le fue posible mantenerse sano y fuerte en medio de aquella prisión
repleta y antihigiénica.
Si
bien los demás prisioneros, exhaustos y hambrientos, no podían cumplir el
trabajo impuesto por las autoridades, San Myung Mun sorprendió, sin embargo, a
los comunistas, sobrepasando la norma
diaria.
No deja de ser una ironía el hecho de que por su rendimiento extraordinario en
el trabajo le fuera otorgada una distinción al fundador de un movimiento que
exterminará al comunismo. El llenaba cada día 130 sacos de cal, con un peso de
43 kilos cada uno, y los arrastraba hasta el cargadero. Hasta la blancura de
sus huesos se hizo visible, ya que la cal ardiente y los duros cordones con los
cuales tenía que atar los sacos le habían hecho pedazos la piel.
Otros
prisioneros de Hungnam vivían, en el mejor do los casos, hasta seis meses. San
Myung Mun, por el contrario, aguantó estas insoportables privaciones de su
cuerpo durante casi tres años. No solo esto, sino que llegó a aumentar aún de
peso.
Muchos
sucesos que acaecieron durante su calvario conmovieron a los hombres de su
alrededor. A pesar de que él nunca habló una sola palabra sobre los Principios
Divinos o sobre su misión, todos los prisioneros le reconocieron como un hombre
de Dios, por lo excepcional de su vida y su amor hacia Dios. Algunos de ellos
tuvieron sueños o visiones de Dios, en las cuales se les daba a entender que el
prisionero número 596 era el Hijo de Dios. Muchos de los prisioneros le vieron
sentado sobre un magnífico trono divino, y su rostro irradiaba como un sol,
mientras él lanzaba desde arriba su mirada hacia el mundo. Algunos de estos
hombres se habían asombrado de tal forma, que se convirtieron en sus adeptos,
sin saber aun nada acerca do los Principios Divinos. En medio de su opresión,
Dios le enviaba adeptos. A través de estos hombres llegó a nosotros el relato
de su vida en el campo de concentración comunista.
El
25 de junio de 1950 irrumpió la guerra en Corea. En el transcurso de la misma,
las fuerzas armadas de la ONU penetraron en su marcha hacia Corea del Norte,
hasta el río Yalu. La región
industrial
de Corea del Norte fue bombardeada por aviones americano", siendo Hungnam
uno de los blancos principales. En el transcurso de uno de estos ataques
aéreos, tuvo lugar un suceso poco común. Como si se tratara de un milagro,
donde San Myung Mun buscaba refugio no caía jamás bomba alguna. Cuando los
prisioneros de su sección lo notaron, comenzaron a rodearle como pollos
alrededor de una gallina. Dondequiera que él se dirigía, allí le seguían como
un rebaño de ovejas.
Entretanto
tuvo lugar una maniobra de desembarco de las fuerzas de la ONU, en las cercanías
de Hungnam. Al acercarse las tropas de desembarco de la ONU, los soldados
comunistas comenzaron a asesinar a los prisioneros, empezando primeramente por
aquellos que habían sido sentenciados a las penas más severas. El día anterior
a aquel en que debía ser fusilado San Myung Mun, los destructores de las
fuerzas de la marina de la ONU iniciaron el cañoneo de Hungnam. Poseídos por el
pánico, los comunistas abandonaron entonces su plan de exterminio de
prisioneros, y emprendieron la fuga. Si la operación de desembarco hubiera sido
postergada, San Myung Mun no se hubiera salvado. Pero no entraba en el plan de
Dios que él debiera morir. Mas ahora su tiempo se había cumplido. El 14 de
octubre de 1950, San Myung Mun fue liberado de su prisión por las fuerzas da la
ONU.
Al
marchar las fuerzas armadas de la ONU a través de Corea del Norte, muchos de
los evadidos escaparon al Sur, hacia la libertad. San Myung Mun, sin embargo,
rechazó emprender una fuga sin antes regresar a la ciudad de Pyongyang,
distante más de 100 millas, y reunir a sus adeptos. Llamó a la puerta de cada
uno de ellos, y les exhortó a seguirle hacia Pasan, en la punta Sur de la
península de Corea. Muchos de sus adeptos se habían apartado de él durante su
ausencia, pero otros habían permanecido a su lado. En una de las casas a cuya
puerta había llamado, encontró a uno de sus fieles adeptos, el cual se había
quebrado la pierna. El hombre rogó al Maestro que se fuera a un lugar seguro y
que le dejara atrás, ya que no podía mover la pierna y no podría superar el
largo camino hacia la libertad. Pero San Myung Mun rechazó dejarle abandonado,
y cargando con él al hombro emprendió en una bicicleta el largo camino de 600
millas hacia Pusán. Sólo podía utilizar las peores calles y las sendas más
penosas, pues todos los caminos principales de tránsito estaban reservados para
transportes militares, y no debían ser utilizados por fugitivos.
Una
vez en Pusan, San Myung Mun estableció una tienda de campaña sobre una ladera.
En esta morada provisional, inauguró su segundo centro de enseñanza de los
Principios Divinos. Los pocos adeptos que se habían reunido por aquel entonces
en aquel refugio, para conversar sobre preguntas del universo, han aumentado
hasta llegar hoy día a 10.000. Hace poco, los miembros de la Iglesia de
Unificación en Corea, compraron este pedacito querido de tierra, y lo custodian
como un relicario y un recuerdo del comienzo de su obra en Corea del Sur.
El
año 1954 inició el movimiento de los Principios Divinos su labor pública. A
pesar de las muchas clases de persecuciones y de un gran número de enemigos,
San Myung Mun logró colocar en los años siguientes un fundamento nacional para
el restablecimiento de Corea. Gracias a su sufrimiento y su trabajo incansable,
un coreano tras otro reconocieron en él a la verdadera vida, lo que a su vez
condujo a un cambio en la vida del individualismo. Transcurridos solamente 11
años, ya se había establecido un fundamento internacional de centros de
enseñanza en 12 países diferentes. En el año l958 se envió a un misionero al
Japón, el país de los enemigos mortales de los coreanos. El mensaje de los
Principios Divinos se extendió rápidamente por todo el Japón, y hoy existen
muchos miles de jóvenes japoneses ocupados en llevar a cabo el establecimiento
del Reino de los cielos en su país. Como resultado de esta tarea, los pueblos
de Corea y Japón, hasta entonces enemigos hostiles, están ahora en vías de
convertirse en hermanos.
Según
informaciones de Funcionarios de los Gobiernos coreano y japonés, este movimiento
hace grandes adelantos en su esfuerzo por convertir a comunistas a la fe en
Dios. Este notable éxito es el resultado de las oraciones de patriotas coreanos
y japoneses, pues en ambos países la amenaza del comunismo es muy grande. La
destrucción de esta amenaza comunista será sin duda alguna de gran importancia
para el mundo entero. La táctica del avance de este movimiento de los
Principios Divinos contra el comunismo es fácil de concebir: "Nosotros no
tenemos que predicar contra el comunismo; nosotros predicamos sólo acerca de
Dios. Una vez Dios se haya vuelto realidad en la vida del hombre, no habrá más
lugar para el comunismo."
El
gobernador de la provincia de Kangwan, en Corea del Sur, dio hace poco a todos
sus funcionarios y empleados instrucciones para participar en las lecciones del
movimiento de los Principios Divinos; pero ello no porque quisiera ayudar al
movimiento, sino porque sabía que el estudio de los Principios Divinos haría de
ellos empleados concienzudos y trabajadores responsables para Corea.
Otro
punto característico y notable de este movimiento es la llamada que dirige a la
juventud en todo el mundo. Personas jóvenes, que en los últimos tiempos habían
perdido cada vez más el interés hacia la religión, encuentran ahora una razón
para vivir poniéndose completamente a disposición de Dios y de los hombres. En
casi todas las grandes escuelas secundarias y universidades de Corea y Japón,
han formado grandes grupos de estudios. Los estudiantes de las universidades
reaccionan positivamente a la llamada de Dios, que les invita a estructurar el
mundo y la humanidad, tal como había sido planeado originalmente por Dios. Las
enseñanzas de San Myung Mun pueden sintetizarse con las siguientes palabras:
"Con el corazón del Padre, en la actitud de un siervo, verted todas
vuestras lágrimas para la humanidad, todo vuestro sudor para la tierra, y toda
vuestra sangre para el cielo". El objetivo de los adeptos de este
movimiento es alcanzar la perfección por medio del amor hacia Dios y los
hombres.
En
realidad, todo aquel que alcanza a conocerlo bien y penetra en sus enseñanzas,
sólo puede llegar a la conclusión de que ha descubierto el profundo
funcionamiento de la fuerza de Dios, de una fuerza que es millones de veces más
potente que la bomba atómica: la fuerza de su amor infinito e imperecedero,
capaz de superarlo todo. No importa que los hombres lo reconozcan o no; en
estos momentos se está escribiendo el primer capítulo de la nueva historia
cósmica. Benditos aquellos cuyos nombres estarán escritos en este libro.
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