lunes, 9 de enero de 2017

SUNG MYUN MOON

Este reportaje fue confeccionado con testimonios de los primeros adeptos de San Myung Mun y de otros testimonios de testigos oculares. Muy poco de su contenido se basa en declaraciones hechas por él, que nunca ha revelado su vida por completo a sus discípulos. La mayor parte de la historia de su vida se encuentra aún rodeada por un manto de oscuridad, y así permanecerá probablemente siempre.

SUNG  MYUN  MOON

Muy pocas personas alcanzaron a comprender el gran acontecimiento del acto silencioso de Belén, el cual tuvo lugar hace 2.000 años al nacer Jesucristo, el Hijo de Dios. El dicho "la historia se escribe de noche", volvió a cumplirse en el año 1920. El 6 de enero de aquel año (según el calendario lunar) acaeció un hecho de importancia semejante en la ciudad de Chongju, en la provincia de Pyongan Bukto, Corea del Norte. Aquel día nació un hombre, al que le estaba predestinada la misión divina para el cumplimiento de la tarea más difícil de la historia: renovar el mundo. La historiografía señalará tal día como el comienzo de una transformación cósmica, de una revolución, que no fue llevada a cabo con la espada o con bombas, sino con la verdad divina.

Su hermano mayor fue el primero en reconocer que San Myung Mun había sido elegido para cumplir la obra divina. Ya desde su niñez, se notaba que San Myung Mun se diferenciaba de los demás de su edad. Por esta causa había sido muchas veces objeto de burla, siendo azotado por sus compañeros de juego de más edad. Muy poco común fue también su voluntad inquebrantable, ante la cual los mismos padres se vieron impotentes. Hasta el acto más pequeño de injusticia, él lo tomaba al punto en serio, especialmente, cuando veía que los adultos se aprovechaban de niños inocentes. Entonces demostraba su enojo y su desacuerdo arrojándose llorando al suelo, golpeando el mismo con sus brazos y piernas. A pesar de las magulladuras y de encontrarse sangrando, él no denotaba ceder en forma alguna hasta que los culpables habían reconocido el derecho de su protesta y reparado sus faltas.

Sin embargo, su misión no se le hizo por completo evidente hasta haber cumplido la edad de 16 años. Al encontrarse el domingo de Pascua, al anochecer, sumido en oración, tuvo una visión prodigiosa. Jesucristo se le apareció y le comunicó que había sido predestinado a concluir aquella misión iniciada por Jesús hace 2.000 años, la cual había quedado incompleta.

San Myung Mun obedeció a la revelación divina sin vacilar, emprendiendo una dura búsqueda de la verdad universal. En los años siguientes, acometió la lucha más amarga y dura jamás llevada a cabo por hombre alguno. Durante largas horas permaneció arrodillado sobre duras rocas en los montes; deambuló a lo largo de orillas de ríos y lagos; peregrinó millas y millas por terrenos intransitables, y buscó a Dios y su verdad. Sus oraciones hacia el Padre Celestial no eran de un carácter común y corriente. Se trataba de batallas, de luchas sin fin contra todos los poderes cósmicos del mal, los cuales se esforzaban desesperadamente por aniquilarle. Esta lucha intensa duró 9 largos años, día tras día, mes tras mes. Completamente abandonado a sí mismo, luchaba San Myung Mun en esta lucha sin fin. Lo terrible de esta lucha sobrepasa toda comprensión humana. Una vez señaló San Myung Mun la magnitud de esta batalla al decir: "si alguien llegara a saber lo que he pasado durante aquellos años, se le paralizaría el corazón perturbado por emoción profunda. Nadie es capaz de soportar semejante calvario".

Los años de intensa búsqueda y lucha le costaron innumerables lágrimas. Muchas veces sus ojos se hallaban tan hinchados, que hasta a sus familiares les era difícil reconocerle. Lloraba el sufrimiento de Dios; derramó las lágrimas de la humanidad doliente. Eran las lágrimas divinas, que servían de indemnización y consolaban el corazón doliente y solitario de Dios.

Las fuerzas satánicas del espacio le atacaron cada día más duramente, martirizándole sin interrupción y tratando de impedir que se comunicara con Dios. Muchas veces estuvo Satanás a punto de hacer que él abandonara su misión. Sin embargo, por entonces, San Myung Mun ya había reconocido el delito secreto de Satanás.

El había descubierto qué espantosa traición había sido cometida contra Dios en el Jardín del Edén. Haciendo uso de este conocimiento como arma, él pudo defenderse con éxito contra Satanás y acometerle a su vez. No sólo tuvo que vencer increíbles ataques desde el punto de vista espiritual, sino también soportar martirios corporales inimaginables, implicados por Satanás en el transcurso de aquel tiempo. Sin un cuerpo de hierro y un gran valor espiritual, le hubiera sido imposible a un hombre aguantar lo que San Myung Mun tuvo que soportar durante los primeros años de su misión.

En el transcurso de dicho tiempo, él descubrió verdades que nunca antes hombre alguno llegó a conocer. Directamente de Dios, recibió respuestas a preguntas fundamentales de la vida, como por ejemplo: "¿Qué es el hombre?", "¿Qué es la vida?", "¿Quién es Dios?", "¿Qué relación debe existir entre Dios y el hombre?", "¿Quién es Satanás?", "¿Cómo se llegó a su existencia?". Además preguntó: "Si Dios es todopoderoso, ¿cómo nunca pudo llegar a concretarse un mundo bueno y perfecto?" "¿Por qué Dios permite la existencia del mal?" Hizo una pregunta tras otra: "¿Qué es la redención?", "¿Quién fue Jesucristo?", "¿Llegó Jesucristo a completar su misión?". Si es así, "¿dónde está entonces el Reino de los cielos que él había anunciado?", "¿Cuándo llegará el Día del Juicio?". Sus preguntas alcanzaron finalmente un punto en el cual sobrepasaron la fuerza de imaginación de los más grandes pensadores de la tierra. Pero él siguió buscando y buscando, y salió airoso de una batalla tras otra.

Dios no puede revelar Su verdad si no hay alguien que está capacitado para recibirla. El precio para esta preciosa verdad divina es exorbitante. Mas a la edad de 25 años, San Myung Mun pagó este precio. Después de 9 años de incesante búsqueda y lucha, quedaron selladas en sus manos las verdades de Dios. Al alcanzar este punto, se convirtió en el vencedor sin límites del cielo y de la tierra. Todo el mundo espiritual se inclinó en este día del triunfo ante él, pues él no sólo se había liberado completamente de las acusaciones de Satanás, sino que se encontraba entonces también en posición de demandar a Satanás ante Dios. Aquel día, Satanás se entregó a él por entero, pues San Myung Mun había luchado hasta lograr convertirse en un hijo puro y perfecto de Dios. Desde aquel día el arma para la sumisión de Satanás se encontró en poder de toda la humanidad.

El mundo espiritual es el mundo de la causalidad, y todo lo que ocurre en el mismo se ve muy pronto reflejado en el mundo físico, el cual no es más que la sombra del mundo espiritual. En el mundo espiritual, San Myung Mun fue reconocido como el vencedor del universo y el Señor de la Creación. Por lo tanto, el mundo físico sólo tiene que reflejar lo que él ya ha alcanzado. El que posee una relación suficiente con el mundo espiritual, puede obtener una confirmación directa de su misión. Un ejemplo de esto es Arthur Ford, de Filadelfia, quien por sus dotes de médium llegó a ser muy conocido. También a través de él confirmó el mundo celestial la misión de Sun Myung Mun.

Esta victoria espiritual, por la cual San Myung Mun quedó confirmado como hijo de Dios y vencedor de Satanás, fue sin embargo sólo el comienzo de su historia. La próxima fase de su misión fue la reiteración de la misma batalla, mas esta vez en el terreno físico. El comenzó este segundo estadio de su misión en el año 1946, poco después de finalizar la segunda guerra mundial. Con la derrota de las fuerzas del Eje, quedó liberado su país natal, Corea, del largo periodo de opresión de los japoneses, mas si bien los japoneses habían abandonado el país, se aproximaron los comunistas y ocuparon Corea del Norte. Corea fue dividida en dos partes, quedando la del Norte bajo la soberanía comunista mientras que Corea del Sur permaneció libre. Sólo pocos meses después de que Corea se emancipara de la ocupación japonesa, Dios mandó a San Myung Mun predicar su nueva revelación en Pyongyang, capital de la Corea comunista del Norte. Así como Abraham había sido llamado a abandonar su tierra de Ur y viajar hacia Canaán, y como Jacob tuvo que huir de Canaán y sufrir luego 21 años en Harán, y así como el cristianismo había comenzado bajo la persecución del Imperio Romano, así también inició San Myung Mun su misión en la capital de un país ateo: la misión de devolver el mundo a Dios. A él le había sido ordenado colocar el fundamento para el Reino de los Cielos bajo las circunstancias más adversas.

Emprendió su misión de reformar el mundo, tratando primeramente de transformar a un hombre. Le fueron enviados profetas y otras personas por Dios, y no tardó en llegar a reunir un pequeño grupo de adeptos. Entre el gran número actual de estos se encuentran todavía algunos de sus primeros discípulos. El continuó enseñando los Principios Divinos en la capital de Corea del Norte, logrando convertir también a buen número de comunistas. Las autoridades comunistas se inquietaron mucho al enterarse de la feliz difusión en la capital de un país comunista, de una enseñanza que aseguraba la existencia de Dios.

Por consiguiente, un día San Myung Mun hubo de comparecer, sin previo aviso, ante la policía comunista, que le golpeó brutalmente. Luego le sometieron a un "tratamiento de agua", que consistía en arrojarle constantemente agua en la nariz. Le obligaron también a permanecer de pie día y noche sin dormir, y finalmente le golpearon con garrotes de una manera espantosa. Le habían maltratado tan horrendamente, que sufrió heridas internas y perdió muchísima sangre. Finalmente le dieron por muerto, arrojando su cuerpo, que parecía una masa compacta de sangre, en la profundidad de la noche invernal. Sus fieles adeptos encontraron su cuerpo, y comenzaron los preparativos para el entierro. Sin embargo él volvió en sí después de tres días, de una forma inexplicable, y, a pesar de que casi toda la sangre había abandonado su cuerpo después de los malos tratos recibidos y haciendo caso omiso de las magulladuras y los dolores, se levantó en seguida y emprendió la enseñanza de su poderoso mensaje: Los Principios Divinos.

Al enterarse las autoridades comunistas de su mejora, le hicieron prender de nuevo y le llevaron a una fábrica de abonos químicos en Hungnam, una ciudad de la costa Oeste de Corea del Norte. Los ocupantes del campo de Hungnam eran obligados a trabajar tan desmesuradamente, sin proporcionarles la debida alimentación, que sólo pocos de ellos sobrevivían más de tres meses. Todos los días fallecían prisioneros exhaustos y hambrientos. Muchos fallecían mientras dormían, otros aun mientras comían. Cuando moría alguno que tenía aún algunos granos de cebada en la boca, los demás prisioneros se apresuraban a sacarlos de la boca del muerto para comérselos ellos. La comida diaria consistía en un puñado de cebada en agua salada. Las celdas de la prisión estaban horriblemente llenas y eran tan sucias que resultaban indignas de ser humano alguno. Los prisioneros de Hungnam fueron obligados día tras día a llenar y cargar grandes sacos con cal y otros productos químicos. El trabajo diario era deliberadamente tan enorme que resultaba imposible realizarlo en estas horrendas condiciones.

San Myung Mun había sido llevado a un verdadero infierno. Al penetrar en el campamento de prisioneros supo que los comunistas le habían arrastrado hasta allí para hacerle morir, y que ningún hombre podía sobrevivir bajo estas condiciones por mucho tiempo. Pero él estaba decidido a conservar su vida, haciendo caso omiso de todas las adversidades. Su método para sobrevivir era, sin embargo, completamente distinto a todo lo que se podría suponer. Desde el primer día en Hungnam, compartió la mitad de cada una de sus raciones con sus compañeros de prisión hambrientos. Aunque muchos de sus fieles adeptos andaban más de 150 kilómetros hasta llegar a su prisión para llevarle víveres y vestidos, él nunca se quedó con estos regalos para sí mismo, sino que los distribuyó entre sus compañeros. Se sintió tan conmovido por el sufrimiento de éstos, que llegó a olvidar su propio sufrimiento y su propia hambre. El, por su parte, llevaba la ropa colgando del cuerpo en pedazos, y empapada en sudor. En su espalda podía distinguirse claramente el número 596. Pero este número no era ninguna casualidad. En coreano se pronuncia "oh gu yuk", lo que significa "inocente". Y realmente él era inocente. Era un hombre golpeado y maltratado por las faltas de la humanidad entera.

Durante su cautiverio, nadie vio jamás dormir a San Myung Mun. Al cabo de un día largo y agotador, los prisioneros se dormían enseguida después de haber ingerido sus escasas raciones. Cada uno podía observar antes de dormirse la figura de San Myung Mun, quien oraba a su Padre Celestial. Cuando los guardianes despertaban a los prisioneros al amanecer, San Myung Mun ya se encontraba en la misma posición de orar en que le habían visto la noche anterior.

Las oraciones que él pronunciaba bajo estas condiciones sin esperanza eran muy distintas de la mayoría de las oraciones, pues no se referían a él mismo, sino al sufrimiento de la humanidad y al corazón del Padre. Una vez mencionó San Myung Mun estos momentos de sus oraciones en Hungnam: "Yo nunca rezaba por debilidad; nunca me quejé, nunca estuve enfadado por encontrarme en esta situación; jamás pedí ayuda. Yo traté más bien de consolar al Padre, y decirle que no tenía que preocuparse por mí. El Padre me conoce bien. El ya sabía de mi sufrimiento. ¿Cómo podía yo contarle el mismo, y hacer que su corazón padeciera más preocupaciones? Sólo podía decirle que yo nunca sucumbiría ante los sufrimientos impuestos".

En los campos de trabajo, los prisioneros no tenían ninguna posibilidad de lavarse. Sin embargo, San Myung Mun se lavaba todas las mañanas. Guardaba su ración de agua, y humedecía su pequeño pañuelo en ella antes de la hora de acostarse. Al levantarse por la mañana, mientras aún reinaba la oscuridad y todos dormían, él se lavaba el cuerpo con este pañuelo humedecido. Después de haberse lavado, saludaba al Padre Celestial. No tenía suficiente sitio en su celda para hacer ejercicios de gimnasia; por consiguiente ideó una técnica especial de ejercicios para poder mantener sus músculos elásticos. De este, modo le fue posible mantenerse sano y fuerte en medio de aquella prisión repleta y antihigiénica.

Si bien los demás prisioneros, exhaustos y hambrientos, no podían cumplir el trabajo impuesto por las autoridades, San Myung Mun sorprendió, sin embargo, a los comunistas, sobrepasando la norma
diaria. No deja de ser una ironía el hecho de que por su rendimiento extraordinario en el trabajo le fuera otorgada una distinción al fundador de un movimiento que exterminará al comunismo. El llenaba cada día 130 sacos de cal, con un peso de 43 kilos cada uno, y los arrastraba hasta el cargadero. Hasta la blancura de sus huesos se hizo visible, ya que la cal ardiente y los duros cordones con los cuales tenía que atar los sacos le habían hecho pedazos la piel.

Otros prisioneros de Hungnam vivían, en el mejor do los casos, hasta seis meses. San Myung Mun, por el contrario, aguantó estas insoportables privaciones de su cuerpo durante casi tres años. No solo esto, sino que llegó a aumentar aún de peso.

Muchos sucesos que acaecieron durante su calvario conmovieron a los hombres de su alrededor. A pesar de que él nunca habló una sola palabra sobre los Principios Divinos o sobre su misión, todos los prisioneros le reconocieron como un hombre de Dios, por lo excepcional de su vida y su amor hacia Dios. Algunos de ellos tuvieron sueños o visiones de Dios, en las cuales se les daba a entender que el prisionero número 596 era el Hijo de Dios. Muchos de los prisioneros le vieron sentado sobre un magnífico trono divino, y su rostro irradiaba como un sol, mientras él lanzaba desde arriba su mirada hacia el mundo. Algunos de estos hombres se habían asombrado de tal forma, que se convirtieron en sus adeptos, sin saber aun nada acerca do los Principios Divinos. En medio de su opresión, Dios le enviaba adeptos. A través de estos hombres llegó a nosotros el relato de su vida en el campo de concentración comunista.

El 25 de junio de 1950 irrumpió la guerra en Corea. En el transcurso de la misma, las fuerzas armadas de la ONU penetraron en su marcha hacia Corea del Norte, hasta el río Yalu. La región
industrial de Corea del Norte fue bombardeada por aviones americano", siendo Hungnam uno de los blancos principales. En el transcurso de uno de estos ataques aéreos, tuvo lugar un suceso poco común. Como si se tratara de un milagro, donde San Myung Mun buscaba refugio no caía jamás bomba alguna. Cuando los prisioneros de su sección lo notaron, comenzaron a rodearle como pollos alrededor de una gallina. Dondequiera que él se dirigía, allí le seguían como un rebaño de ovejas.

Entretanto tuvo lugar una maniobra de desembarco de las fuerzas de la ONU, en las cercanías de Hungnam. Al acercarse las tropas de desembarco de la ONU, los soldados comunistas comenzaron a asesinar a los prisioneros, empezando primeramente por aquellos que habían sido sentenciados a las penas más severas. El día anterior a aquel en que debía ser fusilado San Myung Mun, los destructores de las fuerzas de la marina de la ONU iniciaron el cañoneo de Hungnam. Poseídos por el pánico, los comunistas abandonaron entonces su plan de exterminio de prisioneros, y emprendieron la fuga. Si la operación de desembarco hubiera sido postergada, San Myung Mun no se hubiera salvado. Pero no entraba en el plan de Dios que él debiera morir. Mas ahora su tiempo se había cumplido. El 14 de octubre de 1950, San Myung Mun fue liberado de su prisión por las fuerzas da la ONU.

Al marchar las fuerzas armadas de la ONU a través de Corea del Norte, muchos de los evadidos escaparon al Sur, hacia la libertad. San Myung Mun, sin embargo, rechazó emprender una fuga sin antes regresar a la ciudad de Pyongyang, distante más de 100 millas, y reunir a sus adeptos. Llamó a la puerta de cada uno de ellos, y les exhortó a seguirle hacia Pasan, en la punta Sur de la península de Corea. Muchos de sus adeptos se habían apartado de él durante su ausencia, pero otros habían permanecido a su lado. En una de las casas a cuya puerta había llamado, encontró a uno de sus fieles adeptos, el cual se había quebrado la pierna. El hombre rogó al Maestro que se fuera a un lugar seguro y que le dejara atrás, ya que no podía mover la pierna y no podría superar el largo camino hacia la libertad. Pero San Myung Mun rechazó dejarle abandonado, y cargando con él al hombro emprendió en una bicicleta el largo camino de 600 millas hacia Pusán. Sólo podía utilizar las peores calles y las sendas más penosas, pues todos los caminos principales de tránsito estaban reservados para transportes militares, y no debían ser utilizados por fugitivos.

Una vez en Pusan, San Myung Mun estableció una tienda de campaña sobre una ladera. En esta morada provisional, inauguró su segundo centro de enseñanza de los Principios Divinos. Los pocos adeptos que se habían reunido por aquel entonces en aquel refugio, para conversar sobre preguntas del universo, han aumentado hasta llegar hoy día a 10.000. Hace poco, los miembros de la Iglesia de Unificación en Corea, compraron este pedacito querido de tierra, y lo custodian como un relicario y un recuerdo del comienzo de su obra en Corea del Sur.

El año 1954 inició el movimiento de los Principios Divinos su labor pública. A pesar de las muchas clases de persecuciones y de un gran número de enemigos, San Myung Mun logró colocar en los años siguientes un fundamento nacional para el restablecimiento de Corea. Gracias a su sufrimiento y su trabajo incansable, un coreano tras otro reconocieron en él a la verdadera vida, lo que a su vez condujo a un cambio en la vida del individualismo. Transcurridos solamente 11 años, ya se había establecido un fundamento internacional de centros de enseñanza en 12 países diferentes. En el año l958 se envió a un misionero al Japón, el país de los enemigos mortales de los coreanos. El mensaje de los Principios Divinos se extendió rápidamente por todo el Japón, y hoy existen muchos miles de jóvenes japoneses ocupados en llevar a cabo el establecimiento del Reino de los cielos en su país. Como resultado de esta tarea, los pueblos de Corea y Japón, hasta entonces enemigos hostiles, están ahora en vías de convertirse en hermanos.

Según informaciones de Funcionarios de los Gobiernos coreano y japonés, este movimiento hace grandes adelantos en su esfuerzo por convertir a comunistas a la fe en Dios. Este notable éxito es el resultado de las oraciones de patriotas coreanos y japoneses, pues en ambos países la amenaza del comunismo es muy grande. La destrucción de esta amenaza comunista será sin duda alguna de gran importancia para el mundo entero. La táctica del avance de este movimiento de los Principios Divinos contra el comunismo es fácil de concebir: "Nosotros no tenemos que predicar contra el comunismo; nosotros predicamos sólo acerca de Dios. Una vez Dios se haya vuelto realidad en la vida del hombre, no habrá más lugar para el comunismo."

El gobernador de la provincia de Kangwan, en Corea del Sur, dio hace poco a todos sus funcionarios y empleados instrucciones para participar en las lecciones del movimiento de los Principios Divinos; pero ello no porque quisiera ayudar al movimiento, sino porque sabía que el estudio de los Principios Divinos haría de ellos empleados concienzudos y trabajadores responsables para Corea.

Otro punto característico y notable de este movimiento es la llamada que dirige a la juventud en todo el mundo. Personas jóvenes, que en los últimos tiempos habían perdido cada vez más el interés hacia la religión, encuentran ahora una razón para vivir poniéndose completamente a disposición de Dios y de los hombres. En casi todas las grandes escuelas secundarias y universidades de Corea y Japón, han formado grandes grupos de estudios. Los estudiantes de las universidades reaccionan positivamente a la llamada de Dios, que les invita a estructurar el mundo y la humanidad, tal como había sido planeado originalmente por Dios. Las enseñanzas de San Myung Mun pueden sintetizarse con las siguientes palabras: "Con el corazón del Padre, en la actitud de un siervo, verted todas vuestras lágrimas para la humanidad, todo vuestro sudor para la tierra, y toda vuestra sangre para el cielo". El objetivo de los adeptos de este movimiento es alcanzar la perfección por medio del amor hacia Dios y los hombres.


En realidad, todo aquel que alcanza a conocerlo bien y penetra en sus enseñanzas, sólo puede llegar a la conclusión de que ha descubierto el profundo funcionamiento de la fuerza de Dios, de una fuerza que es millones de veces más potente que la bomba atómica: la fuerza de su amor infinito e imperecedero, capaz de superarlo todo. No importa que los hombres lo reconozcan o no; en estos momentos se está escribiendo el primer capítulo de la nueva historia cósmica. Benditos aquellos cuyos nombres estarán escritos en este libro.

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