La fórmula de la
providencia de Dios
14 de
diciembre de 1971
Toronto,
Canadá
Reverendo Sun Myung Moon
Esta tarde voy a hablar de la providencia de Dios para la humanidad, cómo El
ha empezado esta providencia y cómo la ha estado guiando.
Debe haber una meta de perfección hacia la cual son conducidos todos los
hombres. Debe haber una meta, una meta final, que Dios quiere que alcancemos.
Si el deseo de Dios y el deseo del hombre difieren, la voluntad de Dios nunca
podrá ser realizada. La cuestión es cómo unir los dos, el deseo de Dios y el
deseo del hombre. Toda la gente suspira por un ideal que sea único, inmutable y
eterno. Dios, el ser absoluto y la existencia eterna, desea lo mismo. El punto
de cruce de los dos, la voluntad de Dios y el deseo del hombre, será la
solución.
¿Pero cuál sería? Ese es el problema. Ni el deseo del hombre ni la voluntad
de Dios son a la larga honor humano, conocimiento humano, riqueza material o
los mismos seres humanos. Debe haber una gran meta hacia la cual somos
conducidos. Esa es el amor a través del cual Dios y el hombre pueden unirse en
uno y vivir juntos por la eternidad. El amor es eterno. Aquellos que se aman
entre sí quieren permanecer eternamente en ese amor. El amor es uno. Sólo el
amor es el centro del deseo humano. Debe ser inmutable.
¿Dónde querría el hombre encontrar a Dios? ¿Cuál sería la primera situación
en la que el hombre querría conocer a Dios? Queremos conocer a Dios como
nuestro Padre, y que Dios nos conozca como Sus hijos. La situación en la que
esto es posible es la familia. Por esto llamamos a Dios nuestro Padre y El nos
llama Sus hijos. Cuando los hijos han crecido se casan. Si un hombre y su mujer
están unidos, crean la tradición de amor entre su familia sobre la base de su
propia experiencia del amor de Dios que han recibido. Como marido y mujer van a
continuar la tradición del amor que ellos han experimentado respectivamente.
El individuo recibe amor de Dios como hijo, verticalmente. Marido y mujer
tienen un dar y tomar horizontalmente. Cuando dan nacimiento a sus hijos, les
dan su amor vertical. En el amor por sus hijos una pareja experimenta el amor
de Dios por sus hijos. Con nosotros mismos como centro recibimos el amor de
Dios de arriba, verticalmente. Hombre y mujer se aman entre si y desempeñan el
papel de padre y madre dando amor a sus hijos. Si este vínculo es inmutable y
fuerte, Dios está precisamente en la familia, y allí estará siempre. El
habitará por siempre en esa familia. Si esta clase de vida hubiera sido
realizada en el comienzo de la historia, no habría habido necesidad de fe o de
orar para creer en cosas que no podemos ver o sentir, o tocar. Nuestros
antepasados humanos fueron privados del modelo de como deberían ser sus
familias.
Sé que habéis aprendido la caída humana. No tenemos tiempo para dar una
conferencia de la caída. Sin embargo, debido a la caída, fuimos privados de
aquellas familias ideales. El hombre fue degradado de la calidad original que
era la esperanza de Dios. No somos de la forma que Dios querría que fuésemos.
Nosotros podemos vivir sin cosas materiales. Aunque perdamos las cosas que
tenemos, podemos continuar sin ellas. Podemos ser privados de riqueza material,
familia, amigos, de todas estas cosas, pero todavía podemos seguir viviendo.
Pero cuando somos privados del amor, no podemos vivir. En el Jardín del Edén,
cuando cayeron nuestros antepasados, la pérdida más importante fue el amor. Se
perdió el amor entre Dios y el hombre. Debido a la caída el hombre perdió tres
clases de amor: verdadero amor paternal, verdadero amor marital y verdadero
amor de hijos.
No hemos sido capaces de recibir el verdadero amor de Dios como el amor
paterno. No hemos experimentado el verdadero amor en su pleno sentido entre
marido y mujer. No hemos experimentado el verdadero amor con nuestros hijos
centrado en Dios. Si fuera así, nuestros hijos estarían en la posición de
nietos de Dios. No hay nadie que haya experimentado estos tres tipos de amor en
el verdadero sentido. El hombre caído nunca ha sabido que clase de amor perdió,
o el valor que este amor tenía realmente. Dios, sin embargo, sabía el valor de
aquellas tres clases de amor, y se sintió infinitamente afligido a causa de la
pérdida del amor entre El mismo y el hombre.
Imaginemos la primera pareja humana, Adán y Eva. Fueron creados como los
verdaderos hijos de Dios; Dios era su Padre. Pero debido a la caída humana, el
amor entre ellos fue cortado. Adán y Eva habrían derramado lágrimas de alegría
cuando hubieran realizado la voluntad de Dios. Pero, sin embargo, derramaron
lágrimas de pena al dejar a Dios. Fue una situación de lo más miserable. Adán y
Eva dejaron a Dios, sin esperanza de regreso. Sin esta esperanza, su tristeza
fue mucho mayor. Imaginad qué miedo sentirían.
Dios previó su vidas llenas de dificultades. Sintió que casi no había
esperanza de restaurarlos. ¡Su aflicción fue inmensa! Adán y Eva iban a ser
para Dios sus excelsos hijo e hija, pero ahora habían sido arrebatados por el
enemigo Satán y habían llegado a ser hijos de Satán (Jn 8:44, Mat 3:7, Mat. 12:34).
Dios no podía salvarlos. Dios es el centro del amor, de la vida y de la
felicidad del hombre, y el hombre es el ser sin el cual el propósito de Dios no
puede realizarse.
Dios lo perdió todo. Todo se hizo pedazos. También el hombre perdió toda
esperanza y felicidad. Fue una gran tragedia; fue lo más triste.
Dios era el Padre. ¿No iba a tenerles amor como para no dejar ir a sus
hijos? El se sintió como perdonándolos. Pero no podía hacerlo. Por
consiguiente, Su pena fue aún más grande. Si hubiera tenido otro hijo o hija
que no hubiese caído, y si este hijo no caído hubiese pedido a Dios que salvase
a su hermano o hermana y que le diese a él su castigo en vez de a ellos, ¿qué
habría sentido Dios hacia ese tercer hijo? Si hubiera habido tal hermano pidiendo
a Dios perdón para Adán y Eva, Dios los habría perdonado. Este corazón del
Padre Celestial llegó a ser la base para la providencia de la salvación de
Dios.
Suponed que este tercer hijo de Dios fuese a Satán y le arrebatase su propio
hermano y hermana llevándolos de vuelta al seno de Dios. ¿Cómo se habría
sentido Dios? ¿Los castigaría, los echaría, les daría la bienvenida? Castigaría
al hermano que los trajo de vuelta? ¿Lo echaría a el también? ¿0 lo elogiaría,
o lo dejaría solo?
Si Dios lo alabase, entonces no podemos creer en las palabras de Jesús
cuando dijo: "E1 que halla su vida la perderá, y el que la perdiere por
amor de mí la hallara", (Mat. 10:39), y "Muchos primeros serán los
postreros, y los postreros, primeros" (Mat. 19:30). No pudo haber prometido
esto. ¿Por que? Hay principios respecto a recuperar algo que se ha perdido. No
puede ser simplemente arrebatado de nuevo. Dios no puede perdonar al hombre que
se rebeló contra El a menos que el mismo hombre no establezca condiciones para
volver a Dios, negando a Satán. Originalmente, el hombre caído rechazó a Dios y
se fue al seno de Satán. Por consiguiente, para volver debemos negar y rechazar
a Satán y regresar al seno de Dios por nosotros mismos. Esta es la condición.
A1 ir el hermano no caído o algún otro a Satán, intentando llevarse a Adán y
Eva, Satán no los dejaría ir sin una condición. Para ceder al hermano caído, el
hermano no caído debe darle a Satán algo que este crea de más valor que lo que
va a perder. En otras palabras, tendría que haber un hombre dispuesto a
sacrificarse en lugar del hermano caído. Este hermano de sacrificio llegará a
ser el segundo Adán, o Cristo. El hermano caído será liberado sólo bajo esa
condición.
Si hubiera habido alguien que tuviese tal piedad filial hacia Dios, Su
Padre, que pudiese sentir el corazón de su Padre cuando perdió a Adán y Eva,
habría sentido que debería hacer absolutamente todo para aliviar la pena del
Padre y traer de vuelta a su hermano. Si hubiera sido así, habría estado
dispuesto a sacrificarse a si mismo en lugar de su hermano. Cuando el hombre
cayó, Dios se afligió. Ambos, Dios y hombre estaban afligidos cuando se
separaron el uno del otro. Debe venir alguien que experimente el dolor de Dios
y el de su hermano caído y que esté dispuesto a hacer cualquier cosa para
aliviar esos corazones sufrientes. Las lágrimas de este hermano no serían
lágrimas de aflicción. Cuando el hombre cayó, Dios y el hombre derramaron
lágrimas de tristeza. Pero estas lágrimas fueron derramadas por ellos mismos.
Debe venir otro hombre que vierta lágrimas no por si mismo, sino por Dios y su
hermano perdido; serán lágrimas de esperanza. Con la llegada de este hombre
entre la humanidad, puede haber esperanza de salvación. La puerta de la
salvación se abrirá con las lágrimas que alivien la aflicción de Dios y del
hombre.
Cuando lloráis por vosotros mismos, vuestras lágrimas pertenecen a Satán.
Por muchas lágrimas que eche un hombre por si mismo, jamás podrá haber
salvación. Este es el problema.
En el Principio se nos habla del problema de Caín y Abel. Para salvar a Caín
tenía que estar Abel. Abel estaba en la posición del hermano no caído que pide
a Dios que por su causa perdone a Adán y Eva. Para obtener esta posición, Abel
tenía que recibir primero el amor de Dios. Esto quiere decir que tenía que
salir de la esfera dominada por Satán. Una vez que hubiese obtenido esta
separación de Satán, Dios podría amarlo. Habiendo conseguido esa posición, en
vez de ser arrogante, Abel debiera haber estado dispuesto a morir por Caín. Estas
tres etapas son la importante fórmula: Primero, el hombre que esté dispuesto a
salvar el mundo debe ser capaz de derrotar a Satán. Entonces debe recibir el
amor de Dios. Finalmente, sintiendo el corazón de Dios y el de su hermano
caído, debe estar dispuesto a sacrificarse en lugar de su hermano caído, para
aliviar la congoja de Dios y la de su hermano caído. Solo con esta condición
pueden ambos ser devueltos a Dios. Sabemos por el estudio de la historia de la
providencia de Dios, que Abel fue muerto por Caín mientras estaba en el proceso
de seguir esta fórmula.
Vemos otro ejemplo en el acto de Noé construyendo el arca en la montaña
durante 120 años: ese largo, largo transcurso de los años mientras luchaba
contra Satán. Debió haber sido rechazado por su mujer, familia, vecinos y
parientes. El recibió desdén y desestimación de su nación, y de todo el mundo.
Pero sin embargo, si hubiese sido tentado alguna vez a no hacer lo que Dios le
había ordenado, podía haber sido reclamado por Satán de nuevo. El venció toda
dificultad y tuvo éxito llevando a cabo su responsabilidad. Dios llegó a amar a
Noé. Pero eso no es todo. Cuando alguien llega a ser amado por Dios, Dios lo
envía de nuevo al mundo para ser sacrificado, para ser puesto en dificultades y
sufrir. Esto es, desde luego, para entrenarle, pero también para salvar más
gente a costa de alguien que esté dispuesto a sacrificarse. Noé, que era un
hombre honrado, justo, bueno, tenía que sacrificarse por los demás, no por si
mismo.
Veamos Abraham. Dios lo separó de su padre, el vendedor de ídolos. Tenía que
dejar a su familia, su tierra natal y su riqueza material. Dios desarrolló su
providencia pare prepararlo, para hacerlo llorar no solamente por su propia
nación, sino por las demás naciones, e incluso por el enemigo. Hizo esto
conduciéndolo fuera de la tierra de sus antepasados, enviándolo a otras
naciones. Vagó como un gitano. Vivió su vida siempre con un corazón suplicante
y deseoso de que Dios pudiera salvar a la gente a causa de sus ruegos. Esto es
por lo que Dios lo bendijo con tantos descendientes como estrellas tiene el
cielo, y arenas la tierra. De la Biblia sacamos la impresión de que Dios
simplemente bendijo a Abraham y lo amó incondicionalmente. Pero no fue así.
Tuvo que separarse de su amada familia, su tierra natal, sus posesiones
materiales e ir a la tierra desconocida que Dios eligió, siempre sintiendo
dolor por Dios y por la gente. El oró mucho por las demás naciones. Solamente
con esta condición podía Dios usar a Abraham como el padre de la fe y bendecirlo
tan grandemente. Estas cosas no están registradas en la Biblia, pero fue
solamente a causa de tales antecedentes por lo que Dios pudo bendecir a
Abraham.
Jacob siguió una trayectoria similar. El le compró a su hermano mayor Esaú
la primogenitura. Dejó su casa y fue a la tierra de Harán, donde trabajó como
un esclavo para su tío Labán durante 21 años. Su tío había prometido darle a su
hija Raquel como esposa. Pero después de siete años, Labán engañó a Jacob y en
vez de darle a Raquel le dio a su hermana Lía. Si esto os lo hicieran a
vosotros, habríais protestado espontáneamente. Pero Jacob guardó silencio,
trabajó otros siete años, y consiguió a Raquel. Entonces su tío Labán engañó a
Jacob intentando quitarle todas las cosas que Dios le había dado. Con todo
Jacob no se quejó.
Ahora debemos saber que aunque Jacob estuvo en la más solitaria de las
situaciones, sin embargo no pensó en otra cosa que en la voluntad de Dios. A
causa de ello, no importaron otras cosas en su vida; lo importante fue la
realización de la voluntad de Dios. Por consiguiente se alejó cada vez más del
mundo, pero llegó a recibir más amor de Dios. Y después de 21 años cogió todas
las cosas benditas que había ganado y regresó a Canaán. Sabía que su hermano
Esaú estaba dispuesto a matarlo. Sin embargo, Jacob sentía en su corazón que
toda la riqueza y realizaciones pertenecían a su hermano mayor. Quería darle
todo a Esaú, todas las cosas que había adquirido con su sudor y sangre. Oró a
Dios que no castigase a su hermano mayor Esaú y le pidió a Dios que lo
bendijese como había bendecido a Jacob. A causa de este corazón, Esaú fue
conmovido no queriendo matar a Jacob; y también recibió la bendición de Dios.
Lo mismo le sucedió a Moisés. Moisés, después de pasar 40 años en el palacio
del Faraón, tuvo que dejar toda la gloria y riqueza tras él, e incomunicarse
del mundo. Estaba dispuesto a sacrificar su vida por su nación.
Juan el Bautista fue llevado al desierto. Se incomunicó del pasado y lloró
por la venida del Mesías, por Dios, por su nación y por su gente. Ese es el
punto en que difirió de los profetas anteriores a el. Y cuando el oraba vertía
lágrimas de un significado diferente. Lloraba por la nación; por la venida del
Mesías; y lloraba por Dios. En este sentido fue el mayor de los profetas. En
otras palabras, los otros profetas no tuvieron a nadie a quien servir de
precursores. Juan estaba enderezando el camino para el Mesías. Los otros no
oraron por el soberano que iba a venir, pero Juan lo hizo. Esa es la
diferencia. Pero Juan oró por el Mesías como el soberano de su propia nación,
mientras que Jesús vino como el soberano del mundo entero. El punto de vista de
Juan era un poco diferente de la intención de Dios. Este fue el verdadero
comienzo de su incapacidad de unirse con el Mesías.
El soñaba que el Mesías venía como el salvador de Israel. Esperaba que Jesús
observase la Ley Mosaica, el sistema de los israelitas, pero vio que Jesús no
lo hacía; de hecho, Jesús parecía estar quebrantando la Ley. Jesús iba a salvar
el mundo entero; su visión era más amplia y diferente que la de Juan. No había
naciones a la vista de Jesús. Esto es lo que los hacía diferentes el uno del
otro. Por consiguiente Juan el Bautista se puso en el lado de los Israelitas
que se oponían a Jesús y causaron su muerte. Si se hubiese quedado al lado de
Jesús y llegado a ser uno con el, habría sido el mayor de los discípulos de
Jesús, y los discípulos de Juan hubieran llegado a ser también los seguidores
de Jesús. Entonces, la nación entera que creía que Juan era el más grande de
todos los profetas, podría haber seguido a Jesús.
La nación escogida no se refiere solamente a Israel, sino a todas aquellas
que se separan del mal y vienen al seno de Dios. Ellas son el pueblo escogido.
Con este pueblo como ciudadanos, se iba a formar la nación escogida. Jesús iba
a venir al pueblo separado, al pueblo elegido por Dios. Si la gente hubiese
recibido a Jesús, entonces él y la gente, habrían formado una nación de fe
separada, y la providencia de la salvación podría haber sido extendida a la
humanidad entera. Esa nación separada tenía que derramar lágrimas para ser un
sacrificio por otras naciones caídas y por Dios, del mismo modo que Abel
debería haberlo hecho como individuo por los demás. Pero el pueblo de Israel no
pensaba de esta forma. Pensaban que Jesús tomaría la soberanía de la nación, y
bajo él llevarían felizmente sus vidas, bendecidos con abundancia en ambos
niveles, espiritual y físico. Deseaban todas estas cosas para ellos mismos, no
para los demás, y no para el mundo entero. Es la voluntad de Dios enviar al
Salvador a todo el mundo, no solamente a una nación.
Israel pudo haber cumplido la voluntad de Dios. Pero el pueblo no recibió a
Jesús, por tanto Jesús se determinó a sacrificarse por la Nación y el mundo.
Jesús tuvo que dejar su familia, vivir solitariamente, y recibir el amor de
Dios. Finalmente hizo un sacrificio de si mismo por los demás del mismo modo
que el hermano no caído se habría sacrificado a si mismo para la salvación de
los hombres y mujeres caídos. Toda la gente estaba en la posición de Adán y Eva
caídos. Jesús murió por ellos; llegó a ser el sacrificio. No maldijo a los que
lo mataron. Oró y pidió a Dios que los bendijese. Por consiguiente Jesús era
como el mediador entre Dios y la humanidad caída. Murió como el Adán no caído
del mundo. Y llevó a la práctica la fórmula para la salvación de la gente del
mundo entero. Por consiguiente, llegó a ser el Adán ejemplar. Quienquiera que
le siguiese recibía la salvación.
A partir de él pudo ser establecido un nuevo mundo de salvación. Esta es la
historia del cristianismo. La iglesia tuvo la misma trayectoria que Jesús.
Siempre y cuando el cristianismo iba a un país extranjero por primera vez, los
misioneros que iban tenían que sufrir toda clase de dificultades y la mayoría
eran martirizados.
Aquellos que murieron estaban en la posición de poder recibir el amor de
Dios, y hacer de si mismos un sacrificio por los demás. Si hubiesen deseado
maldecir a aquellos que los mataban, no habría habido providencia de
restauración. Tenían que orar por los que los mataban. Sin esta clase de
corazón el cristianismo nunca podría haber continuado.
Los grandes hombres, los santos y hombres sagrados del mundo se han apartado
del mundo caído, del mundo al que pertenecían, y han proclamado o propugnado
algo nuevo. Entonces, con sacrificio de si mismos, intentaron influenciar o
salvar a toda la humanidad. Siempre suspiraron por Dios. Ellos han seguido la trayectoria
que hemos perfilado. Los cuatro grandes hombres sagrados de la historia fueron
Jesús, Confucio, Buda y Mahoma. A causa de que suspiraron por Dios y por toda
la humanidad, sufrieron tortura y persecución de toda la humanidad.
Un hombre podría querer que sus amigos se sacrificasen por el. Si sigue su
propósito egoísta, sin embargo, no tendrá por mucho tiempo amigos a su
alrededor; todos se marcharán. Si este hombre se niega a si mismo y está
dispuesto a hacer cosas por sus amigos y sacrificarse por la causa de mayor
valor, es natural que sus amigos le traigan también a sus parientes y
conocidos. El grupo crecería en número. Dios mismo cooperaría con tal grupo;
estaría con tal grupo y para tal grupo.
Con una mente estrecha, podríamos pensar que este hombre está loco, por
servir a los demás y hacer cosas por los demás, pero al contrario, si uno hace
eso, llega a ser un centro alrededor del cual se reunirá la gente. Vendría
mucha más gente a seguirle y rogarle que los salvase, condujese y dirigiese sus
vidas. Si los líderes de los países fuesen así, entonces los ciudadanos
vendrían suplicándoles de rodillas ser conducidos por ellos. El individuo, el
grupo o el mundo basado en esta fórmula debe confiar en Dios o todo decaerá.
Quiero enseñaros esto: Amad a Dios y amad a la gente a precio de vuestra
vida. Entonces podéis ganar vuestra propia vida y también a toda la gente. Esto
es lo que Dios quiere en el fondo de su corazón, y así es como Jesús quería que
fuésemos. Cuando Jesús oró en Getsemaní, "Padre, si es posible, que pase
este cáliz de mi. Más no se haga mi voluntad sino la tuya", su corazón era
el de un hijo que solamente ama a su padre.. En la cruz amó incluso a sus
enemigos y oró por ellos. Nunca había habido un hombre semejante en toda la historia
anterior a él, y no hubo un hombre semejante después de él. Esta es la prueba
de su amor por toda la humanidad. Esto es lo que hizo de Jesús el más grande.
Si vosotros podéis hacer lo mismo, no podéis sino ser amigos de Jesús, o la
novia de Jesús. Podéis tener a su Padre como vuestro propio Padre. Podéis tener
todo lo que él tenía.
Concluyamos ahora. Los que lloran por si mismos son necios, grandes necios.
Los que echan lágrimas por los demás son sabios, porque pueden conquistar a
Dios, al mundo entero, y todas las cosas. Haciendo esto, podéis ser los
poseedores del amor de Dios. Podéis ocupar la posición de hijos de Dios, y
heredar el amor paterno de Dios, el verdadero amor entre hombre y mujer y el
amor de los hijos. Poseyendo todo esto, seréis los más ricos de entre toda la
gente. Estaréis en la posición de tener el amor de Dios, el ideal de Dios y el
propósito del hombre. Entonces podéis abarcar al mundo entero con amor -
verdadero amor.
Para ello, debéis recordar las tres etapas de la fórmula: separaros de
Satán, venid al amor de Dios, y sacrificaros por los demás. Al estudiar, no
debéis estudiar para vuestro propio beneficio o provecho, sino que debéis
estudiar para salvar al mundo entero para Dios. Cuando os caséis, no debéis
olvidar que os casáis para la humanidad, para el futuro de la humanidad. La
gente con este corazón no puede perecer. Cuando oréis, no oréis por vosotros
sino por los demás. Si hacéis esto el resultado será también vuestro. No oréis
por la Iglesia de Unificación, sino rogad que Dios pueda utilizaros para salvar
a vuestra nación y salvar al mundo, a costa de vuestras vidas.
El lugar donde se encuentra gente semejante es el Reino de los Cielos.
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